Con Nombre Propio: Paquita Romano y Bobby Rastalsky

Con Nombre Propio: Paquita Romano y Bobby Rastalsky

Cuenta Bobby Rastalsky que cuando llegó a la casa en la que vive hace 15 años, lo único que había ahí era un jardín de infantes abandonado. Corría el año ’93 y él acababa de separarse de su primera mujer, la casa de un íntimo amigo fue su primera escala en un Maschwitz que poco tenía que ver con el de ahora. “Me fui de mi casa sin tener dónde quedarme. Venía por el fin de semana y me quedé siete meses: me encantó. En esas recorridas por el barrio, un día salgo en la moto y me encuentro con ésta que era la única casa abandonada. Había sido el jardín de una Waldorf: tenía un cuartito chico acá y uno atrás. Me mudé sin siquiera ventanas porque se las habían llevado, de a poquito empecé a armarlo y así quedó”, cuenta. Mirando la casa de madera y el jardín de libro alrededor, la decisión de instalarse en una tapera abandonada suena sensata. En su versión de los hechos, la llegada de Paquita –Romano, su mujer hace 15 años- es el eslabón que une al bunker de entonces con la casa soñada en la que nos reciben esta mañana primaveral.

Esto es una mezcla de los dos: yo soy el que hace y Paquita es la que viene atrás y emprolija”, explica. “Bobby es el que tiene el talento innato para la construcción y el diseño, es algo parecido a lo que puede pasarme a mí con las plantas. Lo que pasa es que él es un acumulador y si fuera por él llenaría todo de cosas, pero como yo soy la que –se supone–­ se ocupa de que esto esté medianamente limpio y aceptable, intervengo”, aclara ella. Mérito de él, de ella o combinación de ambos, con tablas de madera recuperada, materiales de demolición y mucha personalidad, Bobby y Paquita construyeron una casa única en su especie. “Nuestra casa es lo que fue saliendo, no tiene ningún planeamiento. Así es como después nos pasa que para ir al escritorio hay que pasar por nuestro cuarto y baño ”, asegura Paquita. Un bar, un vivero y una pileta de madera son algunas de las particularidades de la casa en la que viven con Bautista, Thomas y Milo.

A PUERTAS ABIERTAS. Hace 15 años que cada verano europeo, la casa del fondo de los Rastalsky se prepara para recibir a Cristopher Koch. La primera vez que el fotógrafo alemán llegó a lo de Paquita y Bobby, estaba trabajando como asistente de un fotógrafo chino que encabezaba el shooting de una marca internacional. Ni el obelisco, ni la Avenida Libertador deslumbraron al aprendiz tanto como la casa del suburbio en la que la pareja los recibió. Desde entonces, todos los años vuelve a Maschwitz a instalarse alrededor de un mes con la familia amiga. “¡Hemos tenido cada uno metido acá!, ¡Unos personajes divinos!”, cuenta Bobby. “La gente que pasó por la casita de atrás era un delirio. Al punto de que jodíamos que teníamos que hacerles fotos y armar un libro de retratos: no se podía creer”, agrega Paquita. Un pescador de tiburones, un camionero santafecino y varios equipos de producción extranjeros estuvieron entre los huéspedes que se quedaron en la casita temporadas que iban de una semana a varios meses. Producciones de moda, marcas de ropa, diseño de locales y un astillero de barcos fueron algunos de los trabajos por los que pasaron antes de llegar –casi accidentalmente- al diseño de interiores y la construcción.

“ Hemos tenido cada uno metido acá, ¡unos personajes divinos! Era un delirio, al punto de que jodíamos que teníamos que hacer un libro con sus retratos  

Nos conocimos cuando los dos estábamos laburando en moda: él tenía algunas marcas y trabajaba en producción, yo tenía una que había armado a los 18 años y estaba en pleno crecimiento”, cuenta Paquita. El primer encuentro de la pareja fue cuando Paquita se acercó al stud reciclado en el que funcionaba la productora de Bobby. Estaba buscando un local para su marca y le recomendaron los que él alquilaba en su espacio. Ella tenía 22 años y él 38, pero ni la diferencia de edad, ni las separaciones e hijos que los dos tenían de anteriores parejas, impidieron que poco tiempo después Paquita se mudara con él a Maschwitz. “Nadie daba un mango por nosotros, ni siquiera sus amigos”, dispara Paquita. “Imaginate un tipo mucho más grande, separado dos veces y con dos hijos: en su casa yo era el bicho raro”, agrega él. Contra todo pronóstico, la pareja ya lleva 15 años de convivencia y dos hijos. “Cuando nos conocimos yo venía de una adolescencia extendida bastante “agitada”: dos separaciones, dos hijos. Por supuesto que me trataba y me acuerdo de que en ese momento quien era mi psicólogo me dijo: vos tenés que hacer, porque eso es lo que te cura. El veía que a mí lo que me sacaba adelante era eso, y fue justamente haciendo que la conocí a Paquita”, reflexiona.

LOS RESILIENTES. Parecidos en algunas cosas pero diferentes en otras, el estilo fresco y desenfadado fue el que finalmente decantó en Die Ecke, su casa de decoración y diseño. Con una casa antigua como centro de operaciones, lo que empezó como un punto de venta para sus marcas de moda terminó convirtiéndose en el favorito de decoración y diseño para los vecinos de zona norte. “Lo de Die Ecke empezó porque nos encantaba esa casa: siempre que pasábamos por la esquina decíamos ‘esta es la casa más linda de Maschwitz. En un momento se nos dio la posibilidad de comprarla y armamos un showroom de ropa y como nos sobraba espacio empezamos a llevar cosas que teníamos acá y darle nuestra onda”, cuentan.

Nosotros somos muy del hacer: él se interesó por la construcción e hizo, igual que yo me copé con las plantas y hoy tengo mi vivero. Yo no compro eso de ‘no hago porque no tengo plata’ porque no pasa por ahí: nosotros tuvimos épocas en las que realmente no teníamos un mango y no por eso dejamos de movernos ”

El éxito de la propuesta de diseño desplazó a la de moda y con la decisión de asociarse a la decoradora Luli Chavanne tomó más fuerza. Jardinera nata y mujer de evidente mano verde, hace unos meses Paquita decidió sumar a los proyectos de decoración el paisajismo e inauguró Ameisen, su primer vivero. “Nosotros somos muy del hacer: él se interesó por la construcción e hizo, igual que yo me copé con las plantas y hoy tengo mi vivero. Yo no compro eso de ‘no hago porque no tengo plata’ porque no pasa por ahí: nosotros tuvimos épocas en las que realmente no teníamos un mango y no por eso dejamos de movernos”, reflexiona Paquita.

La resiliencia es la capacidad de hacer frente a las adversidades de la vida, transformar el dolor en fuerza motora para superarse y salir fortalecido de ellas”, dice una foto que me manda Paquita la noche en que estuvimos en su casa. “Esto era lo que te quería decir hoy y no me salía: nosotros somos resilientes”, me escribe. Esa capacidad de hacer -con mucho o sin nada– y hacer diferente, es el pilar sobre el que construyeron su casa, su familia y su proyecto. “Cuando nos conocimos, me acuerdo de que pensé: este tipo está loco. Pero me gustó”, me había dicho Paquita horas antes sentada en el porche de su casa. “No creo que haya cambiado mucho porque lo sigo pensando… pero nada cambio demasiado y eso a mí me encanta”.

Cuando nos conocimos, me acuerdo de que pensé: este tipo está loco. Pero me gustó. No creo que haya cambiado mucho porque lo sigo pensando, pero nada cambio demasiado ”