Con nombre propio: Elizabeth Gleeson

Con nombre propio: Elizabeth Gleeson

CRIADA EN UN PUEBLO DE PENSILVANIA, ENTRE ANECDOTAS Y TEXTILES BOLIVIANOS, UNA PARTE DE ELIZABETH GLEESON SIEMPRE MIRO AL SUR. DOS HIJAS ARGENTINAS, UN PROYECTO TEXTIL Y UNA CASA EN BARRACAS SON PARTE DE LA VIDA QUE HACE UNA DECADA LA SUJETA A BUENOS AIRES. ACÁ EL ESPACIO Y LA HISTORIA DE UNA AMERICANA OUT OF THE BOX.

En 1972, la madre de Elizabeth Gleeson, llegó a Bolivia por primera vez. Era enfermera y hacía 6 meses que había empezado un viaje a Latinoamérica que partía de Texas hacia el Sur, cuando un robo la detuvo en Sucre. “Le sacaron todo: documentos, pasaportes. Mientras esperaba sus papeles, le ofrecieron trabajar en un hogar -que terminó siendo un convento- a cambio de un sueldo y un lugar donde vivir. Le gustó tanto que se terminó quedando un año y medio”, cuenta. De esa mamá que se fue de mochilera en la década del setenta y no llegó a Sudamérica por temor a los procesos, Elizabeth heredó el espíritu inquieto y el amor por los textiles bolivianos: esos hechos en telar que veía en su casa de Hershey y hoy rastrea en sus visitas al Alto. “Supongo que eso habrá tenido que ver: yo noto que acá existe un poco esa idea de irse a Europa y conocer las ciudades clásicas y en Estados Unidos también es así. En mi caso, nunca existió ese interés, lo que yo quería era conocer lugares de los que no sabía casi nada”, se acuerda. Del pueblito de Pensilvania, donde los Gleeson vivían por el trabajo de su papá, Elizabeth se fue a otro pueblo en el estado de Nueva York, donde entró a estudiar arte. Un primer viaje a China, donde estaba viviendo su hermano, fue su iniciación, y poco después se tomaba un vuelo a Buenos Aires, ciudad de la que había escuchado algo por un profesor de la facultad. Lo que percibió desde el cuarto que le había alquilado a un artista en San Telmo, le gustó tanto que acá empezó y terminó lo que pretendía ser un viaje por Latinoamérica.

Al papá de las chicas lo conocí cuando ya llevaba dos años acá”, aclara. Cuando una escucha historias como la de Elizabeth, lo que imagina es un amor casi adolescente que la ató a otro país. En su caso es una verdad a medias: “En ese momento yo ya estaba muy instalada: había entrado a trabajar en la revista Time Out y en una galería de arte, dos cosas que me gustaban y que tenían que ver con lo mío ¡No como los primeros trabajos de camarera!”. Las idas y vueltas de una hermana periodista (hoy casada con un argentino) la habían ayudado a alquilar un primer departamento y armarse un grupo de amigos acá. A Javier lo conoció en una fiesta que él había organizado: “Yo ya había oído de él porque tenía una revista que se llamaba Wicked y era muy conocida en el under del arte. Siempre organizaban fiestas en fábricas y esas cosas, así que cuando nos vimos ahí enseguida supe quién era. Empezamos a hablar y desde ahí estuvimos juntos, ocho años en total”, se acuerda.

“ Cuando llamé a mi familia a contar que estaba embarazada no lo podía creer, me decían: ¿pero cómo? ¿vas a tener un hijo allá? 

Hasta ese momento, en su cabeza la vida acá era una parada más entre tantas que seguirían. El embarazo de Luisa, pocos meses después de haber empezado su relación, significó un cambio de planes drástico en ese sentido. “Antes de Luisa teníamos una vida muy de la cultura, todo más bohemio. Después empezó una etapa muy distinta, que tuvo más que ver con la familia”, se acuerda. “Cuando llamé a mi familia a contar que estaba embarazada no lo podía creer, me decían: ¿pero cómo? ¿vas a tener un hijo allá?”, cuenta riéndose. ¡Para mí también fue una sorpresa! Pero, otra vez, me acuerdo de vivirlo como una aventura más”, asegura. Su castellano es impecable, pero todavía conserva esas expresiones como “otra vez” tan típicas de quien piensa en un idioma distinto del que habla. Volviendo sobre ese giro de 2009, la maternidad tuvo mucho que ver con Ursa, el emprendimiento textil que nació en ese momento, pero terminó de definir años más tarde.

» Hay algo del lugar de origen de uno que nunca se pierde. No importa cuán integrada esté, ni los amigos que me haya hecho, yo acá nunca voy a dejar de ser la extranjera «

Ursa es el nombre de una constelación típica que todos los que vivimos en el hemisferio Norte reconocemos perfecto. Es como las Tres Marías de acá”, explica. “Me gustó la idea de ponerle ese nombre a mi marca porque hay algo del lugar de origen de uno que nunca se pierde. No importa cuán integrada esté, ni los amigos que me haya hecho, yo acá nunca voy a dejar de ser la extranjera”, asegura. El proyecto surgió de su interés por los textiles y su fascinación por el sistema de cooperativas que funcionaban en la villa 31 y otra de la 11 14. A esas primeras tejedoras con las que hizo algunas prendas, se sumaron después algunos artesanos del Alto, en Bolivia, y de Perú. Lo gracioso es que esos productos que Gleeson empezó a diseñar y confeccionar en distintas ciudades de Sudamérica, encontraron su mercado en las ferias mayoristas de su país.

Es raro porque yo llegué a Buenos Aires buscando algo distinto de los pueblitos en los que había crecido, pero enseguida hubo algo del movimiento y la vida de esta ciudad que me atrapó y me hizo sentir muy bien”, reflexiona. “Sin embargo, esa misma velocidad y ruido que me sedujo es la que a veces me agobia”, se ríe. Su decisión de separarse después de ocho años y la mudanza de él al Sur, fueron pate de un proceso que la llevó a preguntarse devuelta si Buenos Aires seguía siendo el lugar en el que elige estar. “Todos los días tengo que contestarle a alguien por qué estoy acá, es la pregunta que más me hacen”, asegura. “Yo entiendo que visto de afuera lo de allá parece mejor, pero yo también veo el otro lado: la vida que hace mi familia –gente que está en una buena posición económica- y no los envidio. Su vida allá es muchas veces trabajar en algo que a ni siquiera les gusta tanto para pagar las cosas y nada más. Yo acá tengo un trabajo que me gusta, la posibilidad de estar con mis chicas, mis amigos, mis talleres… ¡No se si podría adaptarme!”, explica. Encontrar esta casa en Barracas y decidirse a alquilarla, fue volver a apostar por todo eso. “Creo que es la primera vez en mi vida que pienso en objetivos de largo plazo: lugares a los que quisiera llevar a mis chicas, planes concretos”, reflexiona. “Siempre hay una parte mía más inquieta que quiere salir a buscar cosas nuevas, pero también siento que por primera vez en mucho tiempo estoy tranquila. Quiero aprender a disfrutar de esa tranquilidad”.

“ Siempre hay una parte mía inquieta que quiere salir a buscar cosas nuevas, pero también siento que por primera vez en mucho tiempo estoy tranquila. Quiero aprender a disfrutar de esa tranquilidad «