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Elizabeth Gleeson – QUINCHA http://quincha.net Un lugar, una persona Mon, 25 Mar 2019 02:19:16 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=6.5.2 Con nombre propio: Elizabeth Gleeson http://quincha.net/elizabeth-gleeson/ Sun, 17 Feb 2019 22:17:02 +0000 http://quincha.net/?p=19189 CRIADA EN UN PUEBLO DE PENSILVANIA, ENTRE ANECDOTAS Y TEXTILES BOLIVIANOS, UNA PARTE DE ELIZABETH GLEESON SIEMPRE MIRO AL SUR. DOS HIJAS ARGENTINAS, UN PROYECTO TEXTIL Y UNA CASA EN BARRACAS SON PARTE DE LA VIDA QUE HACE UNA DECADA LA SUJETA A BUENOS AIRES. ACÁ EL ESPACIO Y LA HISTORIA DE UNA AMERICANA OUT OF THE BOX.

En 1972, la madre de Elizabeth Gleeson, llegó a Bolivia por primera vez. Era enfermera y hacía 6 meses que había empezado un viaje a Latinoamérica que partía de Texas hacia el Sur, cuando un robo la detuvo en Sucre. “Le sacaron todo: documentos, pasaportes. Mientras esperaba sus papeles, le ofrecieron trabajar en un hogar -que terminó siendo un convento- a cambio de un sueldo y un lugar donde vivir. Le gustó tanto que se terminó quedando un año y medio”, cuenta. De esa mamá que se fue de mochilera en la década del setenta y no llegó a Sudamérica por temor a los procesos, Elizabeth heredó el espíritu inquieto y el amor por los textiles bolivianos: esos hechos en telar que veía en su casa de Hershey y hoy rastrea en sus visitas al Alto. “Supongo que eso habrá tenido que ver: yo noto que acá existe un poco esa idea de irse a Europa y conocer las ciudades clásicas y en Estados Unidos también es así. En mi caso, nunca existió ese interés, lo que yo quería era conocer lugares de los que no sabía casi nada”, se acuerda. Del pueblito de Pensilvania, donde los Gleeson vivían por el trabajo de su papá, Elizabeth se fue a otro pueblo en el estado de Nueva York, donde entró a estudiar arte. Un primer viaje a China, donde estaba viviendo su hermano, fue su iniciación, y poco después se tomaba un vuelo a Buenos Aires, ciudad de la que había escuchado algo por un profesor de la facultad. Lo que percibió desde el cuarto que le había alquilado a un artista en San Telmo, le gustó tanto que acá empezó y terminó lo que pretendía ser un viaje por Latinoamérica.

Al papá de las chicas lo conocí cuando ya llevaba dos años acá”, aclara. Cuando una escucha historias como la de Elizabeth, lo que imagina es un amor casi adolescente que la ató a otro país. En su caso es una verdad a medias: “En ese momento yo ya estaba muy instalada: había entrado a trabajar en la revista Time Out y en una galería de arte, dos cosas que me gustaban y que tenían que ver con lo mío ¡No como los primeros trabajos de camarera!”. Las idas y vueltas de una hermana periodista (hoy casada con un argentino) la habían ayudado a alquilar un primer departamento y armarse un grupo de amigos acá. A Javier lo conoció en una fiesta que él había organizado: “Yo ya había oído de él porque tenía una revista que se llamaba Wicked y era muy conocida en el under del arte. Siempre organizaban fiestas en fábricas y esas cosas, así que cuando nos vimos ahí enseguida supe quién era. Empezamos a hablar y desde ahí estuvimos juntos, ocho años en total”, se acuerda.

“ Cuando llamé a mi familia a contar que estaba embarazada no lo podía creer, me decían: ¿pero cómo? ¿vas a tener un hijo allá? 

Hasta ese momento, en su cabeza la vida acá era una parada más entre tantas que seguirían. El embarazo de Luisa, pocos meses después de haber empezado su relación, significó un cambio de planes drástico en ese sentido. “Antes de Luisa teníamos una vida muy de la cultura, todo más bohemio. Después empezó una etapa muy distinta, que tuvo más que ver con la familia”, se acuerda. “Cuando llamé a mi familia a contar que estaba embarazada no lo podía creer, me decían: ¿pero cómo? ¿vas a tener un hijo allá?”, cuenta riéndose. ¡Para mí también fue una sorpresa! Pero, otra vez, me acuerdo de vivirlo como una aventura más”, asegura. Su castellano es impecable, pero todavía conserva esas expresiones como “otra vez” tan típicas de quien piensa en un idioma distinto del que habla. Volviendo sobre ese giro de 2009, la maternidad tuvo mucho que ver con Ursa, el emprendimiento textil que nació en ese momento, pero terminó de definir años más tarde.

» Hay algo del lugar de origen de uno que nunca se pierde. No importa cuán integrada esté, ni los amigos que me haya hecho, yo acá nunca voy a dejar de ser la extranjera «

Ursa es el nombre de una constelación típica que todos los que vivimos en el hemisferio Norte reconocemos perfecto. Es como las Tres Marías de acá”, explica. “Me gustó la idea de ponerle ese nombre a mi marca porque hay algo del lugar de origen de uno que nunca se pierde. No importa cuán integrada esté, ni los amigos que me haya hecho, yo acá nunca voy a dejar de ser la extranjera”, asegura. El proyecto surgió de su interés por los textiles y su fascinación por el sistema de cooperativas que funcionaban en la villa 31 y otra de la 11 14. A esas primeras tejedoras con las que hizo algunas prendas, se sumaron después algunos artesanos del Alto, en Bolivia, y de Perú. Lo gracioso es que esos productos que Gleeson empezó a diseñar y confeccionar en distintas ciudades de Sudamérica, encontraron su mercado en las ferias mayoristas de su país.

Es raro porque yo llegué a Buenos Aires buscando algo distinto de los pueblitos en los que había crecido, pero enseguida hubo algo del movimiento y la vida de esta ciudad que me atrapó y me hizo sentir muy bien”, reflexiona. “Sin embargo, esa misma velocidad y ruido que me sedujo es la que a veces me agobia”, se ríe. Su decisión de separarse después de ocho años y la mudanza de él al Sur, fueron pate de un proceso que la llevó a preguntarse devuelta si Buenos Aires seguía siendo el lugar en el que elige estar. “Todos los días tengo que contestarle a alguien por qué estoy acá, es la pregunta que más me hacen”, asegura. “Yo entiendo que visto de afuera lo de allá parece mejor, pero yo también veo el otro lado: la vida que hace mi familia –gente que está en una buena posición económica- y no los envidio. Su vida allá es muchas veces trabajar en algo que a ni siquiera les gusta tanto para pagar las cosas y nada más. Yo acá tengo un trabajo que me gusta, la posibilidad de estar con mis chicas, mis amigos, mis talleres… ¡No se si podría adaptarme!”, explica. Encontrar esta casa en Barracas y decidirse a alquilarla, fue volver a apostar por todo eso. “Creo que es la primera vez en mi vida que pienso en objetivos de largo plazo: lugares a los que quisiera llevar a mis chicas, planes concretos”, reflexiona. “Siempre hay una parte mía más inquieta que quiere salir a buscar cosas nuevas, pero también siento que por primera vez en mucho tiempo estoy tranquila. Quiero aprender a disfrutar de esa tranquilidad”.

“ Siempre hay una parte mía inquieta que quiere salir a buscar cosas nuevas, pero también siento que por primera vez en mucho tiempo estoy tranquila. Quiero aprender a disfrutar de esa tranquilidad «

 

 

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5 Paradas de Elizabeth Gleeson http://quincha.net/5-paradas-de-elizabeth-gleeson/ Sun, 17 Feb 2019 22:07:32 +0000 http://quincha.net/?p=19187 LEJOS DEL CIRCUITO TURISTICO DE BUENOS AIRES, LOS AÑOS DE GLEESON EN BARRACAS Y CONGRESO LA HACEN UNA EXCELENTE INSIDER. ACÁ ALGUNOS DE SUS RECOMENDADOS PARA EL QUE SE ANIME A SALIR DE PALERMO.
La Flor de Barracas

Aunque en la documentación La Flor de Barracas aparece como fonda por primera vez en 1906, cuenta la leyenda que en realidad abrió en 1897. Sea una, o la otra, lo que queda claro es que este restaurant de la calle Suárez 2095 es de lo más antiguo que conserva el barrio. Nombrado bar notable, La Flor “tiene comida tradicional con un twist y se come muy bien”, asegura Gleeson que hace un año llegó al barrio.

Taller Pérez Sanz

Aunque parezca increíble, Elizabeth llegó por pura casualidad al edificio en el que vive, ese que Julio Pérez Sánz y su mujer compraron e intervinieron y donde hoy están su casa y su taller. “Además de ser nuestra casa, es un lugar inspirador”, cuenta Gleeson. El jardín tropical lleno de palmeras al que mira su living, comparte la entrada con el taller, así que Gleeson pasa seguido y vive llevando a sus invitados. Objetos únicos, joyas y hallazgos intervenidos por el artista, arquitecto y joyero conviven con maquinaria en el espacio de trabajo del que salen las piezas que se venden en Buenos Aires y Nueva York.

Fundación PROA

Pocos museos de Buenos Aires tienen el éxito en la programación del que goza Fundación Proa. Se trata de un espacio dedicado al arte contemporáneo, ubicado en pleno corazón del barrio de la Boca, a metros de Caminito. Una muestra de Alexander Calder, hecha en colaboración con la Calder Foundation de Nueva York, y una de cartografía, son parte de la programación actual. La visita suma además la visita a la terraza con su vista única y el paso por el café, que además de ser muy lindo tiene precios lógicos. Siempre es buen momento para ir.

Avila

Ubicado en Avenida de Mayo 1384, este bar español es uno de los recomendados de los vecinos de Congreso. Del show de flamenco los fines de semana, a las tapas típicas y la natilla, todo lo que pasa en Ávila es según nuestra quincheada “un flash total”. Atendido por Miguel, su dueño, -que además recomienda- Avila está abierto mediodías y noches y los fines de semana  tiene su clásico show. Recomendado de exvecina, será cuestión de darse una vuelta.

Parque Lezama

Ubicado en Sal Telmo, en el límite con Barracas y La Boca, este parque es el favorito de Gleeson y de miles de vecinos. Parquizado por el francés Charles Vereecke en 1860 y re diseñado por el famoso paisajista Carlos Thays años después, este lugar que Ernesto Sábato inmortalizó en El Túnel, es además la sede del Museo Histórico Nacional. El anfiteatro, el mirador y las fuentes, son parte del atractivo del parque de la Avenida Paseo Colón, el espacio verde favorito de Elizabeth y sus hijas. Al que nunca lo visitó, vale la pena.

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TIP DE INSIDER: Cookies con chips de chocolate http://quincha.net/tip-de-insider-cookies-con-chips-de-chocolate/ Sun, 17 Feb 2019 21:54:28 +0000 http://quincha.net/?p=19183 SEGUN ELIZABETH, DESDE QUE LLEGO A BUENOS AIRES COMIO MUCHAS COSAS RICAS PERO NINGUNA COOKIE COMO LAS QUE CONOCÍA EN ESTADOS UNIDOS. NI AZÚCAR NEGRO, NI BLANCO, LAS TRADICIONALES AMERICANAS LLEVAN “BROWN SUGAR”, UN INGREDIENTE QUE HACE UN TIEMPO REMPLAZÓ CON ÉXITO POR EL AZÚCAR MASCABO. ACA, SU VERSION DE UN CLASICO DE SU TIERRA.

Ingredientes: 500 grs harina común; 2.5 grs bicarbonato de sodio; 2.5 gr de sal; 180 grs manteca derritida; 250 grs azúcar mascabo; 125 grs azúcar blanco; 15 ml vainilla; 1 huevo; 1 yema de huevo; 500 grs de chips de chocolate semi amargo.

Procedimiento: Prendé el horno a 165 grados y dejalo calentar. Mezclá la harina, el bicarbonato de sodio y la sal en un  bowl. Derretí la manteca y batila en un bowl junto con el azúcar mascabo y el azúcar blanco hasta que estén bien mezclados. Agregá la vainilla, el huevo y la yema de huevo y batí hasta que la mezcla esté suave y cremosa.  Agregá los ingredientes secos tamizados y mezcla hasta que se integren. Agregá los chips de chocolate a mano o con una cuchara de madera. Engrasá las asaderas y colocá la masa con cucharadas grandes. Fijate que no queden muy juntas (deberían tener 7 u 8 centímetros de diferencia entre sí). Hornealas entre 15 y 17 minutos en el horno precalentado o hasta que veas que los bordes están tostaditos. Dejalas enfriar en la asadera unos minutos y apoyalas sobre las rejillas de alambre para que se enfríen del todo.

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