“Yo toda la vida fui de pintar y dibujar: mi abuelo era ingeniero civil y mamá es arquitecta y para mí ese era el juego más típico”, cuenta Lu. Aunque no es hija única, Luciana le lleva seis años a su hermano que le sigue: “Siempre fui bastante solitaria y tenía mucho mundo interior: me gustaba dibujar y escribir historias”. Hay algo de esa explicación que se filtra en sus cuadros; esas acuarelas que por algún motivo funcionan tanto en el mundo infantil. “Nunca pensé en hacer cosas para chicos, hago lo que me sale naturalmente. Son dibujos que tienen que ver con cosas que imagino y no con algo que tome de la realidad”, reflexiona. Entre tanto artista que pasa la vida sin dar con su público, su recorrido es casi estrepitoso. Luciana estaba segura de que su vocación estaba en lo plástico y estudió escenografía pero la oportunidad de entrar a trabajar de azafata la apartó de su costado creativo durante casi 8 años. Después se dedicó a diseñar zapatos otros cinco hasta que su marca llegó al momento de más éxito comercial. “Empecé a diseñar casi como un juego, era algo que tenía que ver con mi formación en vestuario. El tema fue que todo se me fue de las manos y un día me encontré con que tenía una empresa. Era algo para lo que no estaba preparada ni sabía hacer”, reflexiona. Estresada y sobrepasada por el rumbo que había tomado el proyecto fue invitada a participar de un taller de cerámica en lo de la artista Luna Paiva. “Era algo que nunca había hecho pero mi hermano y Luna me insistieron y fui. Después de moldear las piezas había que pintarlas y el resultado me hizo acordar de la acuarela. Me acuerdo haberle comentado a Octavio [su hermano, artista también]: lo que más me gustó fue la pintura”, se acuerda. El encuentro significó el inicio de un camino que en muy poco tiempo la llevó a vender sus primeras obras, ilustrar libros y exponer.
“ Nunca pensé en hacer cosas para chicos, hago lo que me sale naturalmente. Son dibujos que tienen que ver con cosas que imagino y no con algo que tome de la realidad ”
“No me gusta sonar a ‘yo, yo, yo’ pero hay algo muy fuerte en el modo en que siento los cambios. Es como que lo veo muy claro y no dudo”, asegura. Lo dice en referencia a su carrera pero también a su historia con Gonzalo, con quien lleva 15 años casada. Su historia no está libre de polémica: él era amigo del novio de ella. “En un momento, mi novio se fue a vivir a Barcelona y seguimos una supuesta relación a distancia”, se acuerda. Durante el tiempo que duró esa relación a distancia, Lu salía mucho con Gonzalo y su novia: “Él estudiaba fotografía y a mí me encantaba el cine, entonces pensábamos en armar montajes con música y esas cosas… Era ese tipo de relación, nos divertía generar cosas”. Casi un año más tarde y habiendo cortado, fue él quien planteó las primeras dudas respecto a la amistad. “Me acuerdo de que habíamos ido al cine y yo lo veía rarísimo. En un momento me dice: ‘Lu, me parece que estamos viéndonos mucho. Acá pasa algo’. Yo lo miré tipo ‘¿qué estás diciendo?’. Nunca lo había ni pensado. En un mes estábamos de novios y a los seis nos estábamos yendo a Madrid”, se acuerda. Quince años más tarde, ella ya no es azafata ni él es fotógrafo, pero son más las cosas que no cambiaron que las que sí: “Con Gonzalo tenemos mucho en común: el cine, la música, el baile, esa cosa medio solitaria… Creo que en un punto somos dos personas que hicimos un camino parecido en paralelo y lo que nos juntó fue todo eso que compartíamos”, concluye.