Con Nombre Propio: Isabella Channing & Marcelo Betancourt

Con Nombre Propio: Isabella Channing & Marcelo Betancourt

HIJA DE UN ESTADOUNIDENSE Y UNA URUGUAYA, ISABELLA CHANNING CONSTRUYÓ SU IDENTIDAD CON UN PIE EN NUEVA YORK Y OTRO EN MONTEVIDEO. INSTRUCTORA DE YOGA Y MUJER INQUIETA, SU LLEGADA A JOSÉ IGNACIO, THE SHACK YOGA Y LA FAMILIA QUE CONSTRUYÓ JUNTO AL CHEF MARCELO BETANCOURT SON LA SÍNTENTESIS DE SU PROCESO DE BÚSQUEDA.

En la historia de Isabella Channing hay dos escenarios que se repiten: el primero, el viñedo de su padre en Bridgehampton, Nueva York; el segundo, el barrio de Carrasco, en Montevideo. 8.605 kilómetros separan a uno del otro. El punto que los une por primera vez es el encuentro fortuito de Rosina Secco y Walter Channing en un colectivo, un fin de semana de 1972. “Mi mamá era uruguaya y mi papá, de Estados Unidos. Se encontraron por casualidad, cuando los dos se tomaron unos colectivos de lujo que existían en ese momento que te llevaban al aeropuerto de Nueva York. Ella iba a visitar unos amigos a Washington y él, a su familia. No tenían nadie en común pero se enamoraron”, cuenta. De ese encuentro entre un artista de Boston y una joven uruguaya radicada en Nueva York, nacen Isabella y Francesca, y una historia de amor que dura hasta que Rosina se enfermó de cáncer. Cuarenta años más tarde y recién bajada de un avión de Nueva York, será Isabella quien se encuentre casualmente con su marido, el chef uruguayo Marcelo Betancourt. La chacra en José Ignacio en la que hoy viven es el lugar al que llegamos una mañana de verano. Siguiendo las instrucciones de Isabella, no es difícil dar con la casita en la que pasaron 10 de los 12 meses del año pasado. Una huerta, una vaca jersey, una laguna y un parque de varias hectáreas son parte del refugio uruguayo del chef, la instructora de yoga, y su hija, Aila.

DOBLE NACIONALIDAD.Marcelo llega en un rato, estaba preparando todo para un evento en La Susana”, anticipa Isabella.  Aunque salió temprano, dejó el horno de barro prendido y las verduras a punto para el almuerzo. Mientras Aila duerme en el cuarto, aprovechamos el minuto de calma para conocer la historia que la trajo a esta casa. Isabella Channing tenía 5 años cuando murió Rosina; hasta ese momento vivían en Nueva York, viajaban mucho a Francia y hablaban la mayoría del tiempo en castellano. De ahí en más, su vida continúa en Estados Unidos; más precisamente entre Manhattan y Long Island. Su padre vuelve a casarse, tiene dos hijas más y funda Channing Daughters, su bodega en los Hamptons. “Nosotras éramos muy chiquitas cuando mi mamá murió así que mi papá se ocupó de que mantuviéramos el vínculo con su familia. Veníamos un montón, al principio con él y después ya solas. Tengo muy lindos recuerdos de esas visitas, pero también me las acuerdo como algo intenso”, asegura. Isabella habla un castellano perfecto y lleno de muletillas pero con una entonación particular, cuando lo comentamos cuenta que descubrió que podía hablarlo de grande. “Cuando venía de chiquita era muy gringa, entendía todo pero no hablaba. Claramente había una traba emocional porque en un momento decidí irme a España y enseguida me largué a hablar”, asegura.

“ Mi mamá era uruguaya y mi papá, de Estados Unidos. Se encontraron por casualidad, cuando los dos se tomaron unos colectivos de lujo que te llevaban al aeropuerto de Nueva York. No tenían nadie en común pero se enamoraron 

La imagen del familión esperandolas del otro lado del vidrio en el aeropuerto de Montevideo y sus emociones encontradas son algunas de las imágenes que conserva de ese Uruguay de los ‘90. “Vinimos mucho hasta que fuimos adolescentes, que ya empezamos a venir menos. Hay una edad en la que ya es más complicado todo porque uno tiene sus amigos y su vida en su lugar. Creo que lo que pasó fue eso, sumado a que las venidas eran bastante movilizantes”, reflexiona. El camino de vuelta a la tierra de su mamá empezó a los 20 años, de la mano del yoga. “Yo era deportista pero nunca había hecho yoga ni meditación. La primera clase que tomé me impresionó tanto que decidí irme a hacer un retiro intensivo. Justo en ese lugar había un instructor uruguayo que me comentó sobre un curso de formación que se iba a hacer en Montevideo”, repasa. Con la fuerza de lo que suena a predestinado, Isabella armó las valijas y se mudó a Montevideo.

ENTRE FUEGOS. Es difícil saber con exactitud qué estaba haciendo Marcelo Betancourt en el momento en que Isabella vivió en Uruguay por primera vez. Fanático de la cocina desde siempre, Betancourt empezó a estudiar gastronomía en una escuela uruguaya “que ya pasó al olvido” a mediados de los ‘90. “En esa época el trabajo en restaurants era bastante infame: los sueldos no eran buenos, los horarios eran tremendos… me encantaba pero era todo muy duro”, recuerda. Fue por esa época que Marcelo conoció a Jorge Oyenard, su primer maestro en la cocina. “El gordo era un loco, un apasionado. Me acuerdo de su imagen con los suecos, revoleando sartenes en la cocina, ¡un personaje increíble!”, cuenta divertido. La  siguiente escalada en la carrera gastronómica fue su decisión de abrir un restaurant, una apuesta que terminó siendo una pérdida pero le enseñó más que ninguna escuela. “Por más que se lo desaconseje a cualquiera, en los dos años que tuve mi restaurant aprendí todo lo que no aprendés en ningún lugar. Me han llegado a cortar el agua, la luz; todas cosas que no te pueden pasar”, cuenta. Más allá del sacrificio y la frustración, fue gracias a su cocina que Betancourt llegó a oídos de los Vik, un matrimonio que en ese momento desembarcaba en José Ignacio dispuesto a armar su cadena de hoteles de lujo. A dos meses de haberse fundido, Betancourt empezaba la carrera que le permitió viajar y formarse en las cocinas europeas para convertirse en el chef ejecutivo de todos los restaurants de VIK.

“ Para mí había algo que siempre estuvo muy separado: en el norte, el padre, lo inglés, la educación formal y todo lo más ‘frío’ por así decirlo; en el sur, la madre, la calidez y todo lo más emocional ”

La cabra tira al monte” dice el refrán y no miente. El problema son los casos como el de Isabella, donde una misma cabra tira a varios montes. Entre esa primera mudanza a Uruguay y la decisión de empezar The Shack Yoga hay siete años de vuelta a las raíces neoyorkinas. “Para mí había algo que siempre estuvo muy separado: en el norte, el padre, lo inglés, la educación formal y todo lo más ‘frío’ por así decirlo; en el sur, la madre, la calidez y todo lo más emocional”, explica. “Lo que representaba cada uno era muy opuesto pero los dos eran igual de importantes y cada vez que intentaba armar mi vida en un lugar extrañaba el otro”. A los 30 años y en medio de un parate profesional, Isabella volvió a Uruguay de visita. Ese reencuentro con su vida uruguaya funcionó como disparador para la creación de The Shack Yoga, un centro que pudiera tener base en Nueva York y trasladarse a Punta del Este en temporada.

CON RAÍCES Y CON ALAS.¡No la dejé ni picar! El día que la vi, le dije a una compañera del laburo: es ella”, cuenta Marcelo. Su primera noche en José Ignacio, un amigo invitó a Isabella a una comida en lo de Vik. “Vivíamos a un par de cuadras, así que nos empezamos a ver todo el tiempo”, cuenta Isabella. Encontrar a un amigo de un amigo en la quietud de la pre temporada fue fundamental para la puesta a punto de “el shack”. “Tuvimos mucha previa porque fuimos amigos un buen tiempo. Y una vez que empezamos a salir todo fue muy rápido, fuerte y constante”, cuenta Isabella. Hacia final de temporada Marcelo e Isabella ya estaban saliendo y ese mismo invierno el chef cambió las temporadas en Europa por Estados Unidos. A cuatro años de haber empezado su proyecto, The Shack se convirtió en un punto de encuentro en José Ignacio.

“ Por más que se lo desaconseje a cualquiera, en los dos años que tuve mi restaurant aprendí todo lo que no aprendés en ningún lugar. Me han llegado a cortar el agua, la luz; todas cosas que no te pueden pasar ”

Clases de profesores de diferentes partes del mundo y escuelas, workshops y exposiciones de arte son parte de la agenda con la que Isabella dio vuelo a su proyecto. “La realidad es que cada vez estamos menos tiempo allá y más acá”, confiesan. A punto de empezar a construir su casa, por primera vez evalúan la posibilidad de quedarse en Uruguay todo el invierno y crecer. Como si la vida familiar hubiera restablecido el equilibrio, Isabella ya no le teme a la posibilidad de establecerse. “Creo que ya no extraño porque estoy muy cómoda con nuestra vida acá. Mi pareja, mi trabajo y mi casa fueron cosas que elegí con mucha consciencia”, asegura. “Eso es lo que más me gusta de José Ignacio: que la mayoría de la gente llega acá porque lo elige, porque está buscando algo”.

Mi pareja, mi trabajo y mi casa fueron cosas que elegí con mucha consciencia. Eso es lo que me gusta de José Ignacio: que la mayoría de la gente llega acá porque lo elige, porque está buscando algo ”