Con Nombre Propio: Ana Sandstede & Ben Battersby

Con Nombre Propio: Ana Sandstede & Ben Battersby

¿QUÉ PASA CUANDO UNA CERAMISTA PORTEÑA Y UN CINEASTA INGLÉS COINCIDEN EN SUS VACACIONES DE VERANO? NADA, O TODO. EL CASO DE ANA Y BEN BATTERSBY ES EL SEGUNDO. ACÁ SU HISTORIA Y EL HOGAR QUE LOGRARON ARMAR EN BUENOS AIRES.

Corría enero de 2001, la conexión era dial up e ICQ empezaba a enseñarnos que Internet también era un lugar de levante. Si el encuentro entre Ana Sandstede y Ben Battersby hubiera sido diez, cinco -incluso dos- años antes, probablemente hoy no existirían Megan, ni Lily, ni el departamento en el que nos reciben en Billinghurst y Charcas. Ana no se hubiera ido siete años a vivir a Londres, Ben no se hubiera venido otros ocho a Buenos Aires y el romance de Zipolite sería una anécdota divertida. “Lo más lógico era que quedara ahí”, reflexionan; en esos días de playa y amor de verano entre una argentina y un inglés que coinciden en sus vacaciones en México. “Nosotros éramos dos y ellas eran tres, nos acercamos un día en la playa y enseguida pegamos onda”, cuenta Ben en un castellano aporteñado. “Creo que nuestro romance fue medio casual pero bastante pronto, ¡casi que pudo haber sido una amiga mía! Qué suerte que fui yo, amor”, agrega ella. Aunque lo cuentan con la objetividad de la distancia, en los detalles hay más de un indicador que anticipa la historia de amor que ya tiene 16 temporadas. “Estuvimos varios días en Zipolite pero después nosotros teníamos programado ir a Veracruz. Ya teníamos los pasajes sacados y todo, pero yo estaba medio triste con la idea de irnos”, confiesa Ben. Que estando en la terminal de colectivos él decidiera vender su pasaje para volver al encuentro de Ana es el primer punto de inflexión en la historia. “Me acuerdo de que yo estaba en un bar con las chicas ahogando penas cuando de repente, lo veo entrar: ¡casi me muero!”, se acuerda ella. Aunque quedaban solamente dos días de vacaciones, la prueba de amor del inglés fue suficiente para que a la hora de las despedidas hubiera un intercambio de mails y promesas de encuentros.

LATINO POR ELECCIÓN. Cuenta Ben Battersby que cuando era chico sus amigos del colegio habían bautizado “007” a su papá. “Él es arquitecto pero hace años que trabaja como consultor en campañas de salud internacionales, así que se la pasaba en viajes de trabajo por África y Asia”, explica. De los objetos exóticos que les traía de regalo a los relatos de lugares desconocidos, la infancia de Ben en Londres estuvo marcada por la inquietud que le generaba ese otro mundo en el que su papá pasaba la mitad del tiempo. “Cuando terminé el colegio decidí inscribirme en antropología porque -equivocadamente- imaginaba que era una carrera que implicaba viajes a culturas lejanas”, confiesa entre risas. Su desencanto al descubrir el perfil académico de la antropología lo llevó por un camino alternativo: después de trabajar varios meses en un bar cerca de la universidad e inscribirse en un curso de fotografía, decidió armar una mochila e ir a recorrer Centroamérica. “Les dije a mis padres que me iba a estudiar castellano y me saqué un pasaje de ida a Guatemala”, cuenta. “Siempre había tenido un interés por América Latina y España, me gustaba la cultura hispana. Supongo que en el fondo buscaba una cierta calidez”, reflexiona Ben. “Me parece que también había una necesidad de diferenciarte de tu padre: de todos los continentes, el único en el que él nunca había trabajado era éste”, agrega ella. En Ecuador, Ben se topó con un equipo de filmación y por primera vez pensó en dedicarse al cine: sacó un pasaje de vuelta a Londres y se consiguió un puesto como pichi en una productora. “Me gustó esa cosa del equipo de trabajo que la fotografía no tenía. Entré preparando café, pasé a meritorio de cámara y así varios años hasta llegar a director de fotografía”, cuenta. En medio de ese trayecto Ben decidió volver a visitar América Latina, más precisamente México. Igual de generoso que el primero, a ese segundo viaje le debe su encuentro con Ana.

“ Siempre había tenido un interés por América Latina y España, me gustaba la cultura hispana. Supongo que en el fondo buscaba una cierta calidez 

A UN OCÉANO DE DISTANCIA.Me acuerdo de que con mis amigas habíamos llegado a Zipolite después de recorrer bastante, así que decidimos sacar un hotel bastante lujoso y relajar un poco. Estábamos de reinas”, se acuerda Ana. Cuando uno tiene veintitantos años, un buen trabajo y bastante independencia, el viaje de mochileras deja de ser la única opción. Después de tres años de estudiar veterinaria, Ana había dejado la facultad y había entrado a trabajar en marketing en un banco: “No era algo que me fascinara pero tampoco estaba mal”. A su entonces jefe le debe el impulso inicial que necesitó para irse a Londres dos meses después de haber llegado de México. “Él ya sabía de la historia y un día hablando, le conté que no sabía qué hacer porque Ben me había puesto una apurada. Me dijo: te tenés que ir”, se acuerda.  “Yo veía que pasaban los meses y seguíamos hablando pero no había muchos planes de nada. Para mí las cosas eran más lógicas: o se convertía en algo real o se daba de baja”, explica Ben. La presión logró su cometido y en abril de 2001, Ana armó su valija y llegó al aeropuerto de Londres sin saber bien con qué podía encontrarse.

“ Yo veía que pasaban los meses y seguíamos hablando pero no había muchos planes de nada. Para mí las cosas eran más lógicas: o se convertía en algo real o se daba de baja ”

Me acuerdo de estar yendo y pensar: ¿me reconocerá? La última vez que nos habíamos visto estaba en la playa, quemada y en bikini; ahora llegaba al frío, blanca”, cuenta. Quince años más tarde, Ben se anima a confesar que algo de eso hubo el día que se la encontró enfundada en un “tapado de huérfana”, gris y largo. Sin embargo, los 15 días de convivencia en lo de Ben resultaron todo un éxito. Un par de meses más tarde era él el que desembarcaba en Buenos Aires en una visita formal a la familia. “Cuando vino Ben ya se planteó seriamente la mudanza: por un tema lógico, la que estaba más en condiciones de dejar su trabajo e irse era yo”, explica. “Me pedí tres meses de licencia, le alquilé mi casa con todo adentro a un conocido y me fui a probar suerte”, se acuerda. Lo que iba a ser tres meses terminó siendo un año entero, su vuelta a Argentina fue solo para visitar a su gente y cerrar el departamento que había dejado armado.

LO QUE PERMANECE.Hoy me doy cuenta que lo que me dio una continuidad -una línea que uniera mi vida de acá con la de allá- fue la cerámica”, reflexiona Ana. Recién llegada a Londres, sin amigos ni trabajo, lo primero que hizo fue anotarse en clases de alfarería. “La cerámica era lo propio, lo único que me llevaba conmigo”, asegura. Con impasses breves, en casi veinte años de oficio se convirtió en una especialista en el arte de tornear, modelar, pintar y hornear piezas artesanales. Sano cambio para una pareja que recién empieza un camino juntos, la ida de Ana coincidió con una mudanza a la que fue su casa durante sus siete años en Inglaterra. “Hace tiempo que yo quería comprarme una casa y finalmente salió una, unos meses antes de que se viniera ella. Había que hacer algunos arreglos urgentes pero llegué justo: entramos con la pintura fresca”, se acuerda Ben. A los años en Londres les debe mucho de su formación estética, o por lo menos eso sostiene. “Creo que evidentemente yo tenía algo estético pero tampoco lo sabía ni lo había desarrollado mucho. El trabajo, el estar allá y estar con Ben, hicieron que desarrollara mucho más eso”, asegura. La confianza que fue ganando la animó a postularse para entrar a trabajar en The dulwich trader, una de sus casas favoritas de decoración. Una vez adentro y trabajando de vendedora, la responsable de vidrieras vio su talento y pidió que la argentina pasara a su equipo. “Primero me ocupaba de armar los rincones pero después empecé a viajar con esta chica a hacer compras y armar las vidrieras. Estuve ahí hasta que nació Meggy”, cuenta.

Hoy me doy cuenta que lo que me dio una continuidad -una línea que uniera mi vida de acá con la de Londres- fue la cerámica. Era lo propio: lo único que llevaba conmigo

DE ACÁ Y DE ALLÁ.Es una lástima que las fotos sean de noche: para mí la iluminación de la casa es casi lo más lindo”, dice Ana. El diseño de luces es uno de los tantos aportes de Ben, igual que las plantas que se asoman en el living y le dan un aspecto tropical casi paulista. Ubicado a unos pasos de la ruidosa avenida Santa Fe, el departamento no responde a una estética muy local. Los diálogos entre ellos y con las chicas -que saltan sin previo aviso del inglés más británico al castellano- contribuyen a la atmósfera cosmopolita que se respira en toda la casa. Cincuenta por ciento argentinas, cincuenta inglesas, Megan y Lily son síntesis de esa doble nacionalidad que se resiste a inclinarse por una de las partes. Estando en Londres en 2004 decidieron venir a Argentina a casarse en los rituales y costumbres de la tradición local. La burocracia indicaba que para pasar por una iglesia, los novios necesitaban pasar por el registro civil por lo menos un mes antes. “En Inglaterra cuando uno se casa por civil ese es el casamiento, no se usa casarse dos veces como acá. Así que tuvimos que irnos sin avisarle a nadie a un registro porque si no no iban a querer venir”, explica Ben. Aprovechando las facilidades del día de San Valentín, pidieron un turno para el 14 de febrero y llegaron a completar el trámite sin ninguna expectativa. “Cuando nos hacen pasar, nos piden que presentáramos a nuestros testigos y no teníamos. En la desesperación salimos a la calle a frenar gente y pedir que firmaran por nosotros”, cuenta Ben. “Todavía tenemos por ahí las fotos con desconocidos llenos de globos del día de los enamorados que te regalaban”.

Cuando te vas y tomás distancia volvés a otro lugar. Hoy me cruzo con gente que antes no encontraba, quizás porque uno está encerrado en ese mundo al que pertenece ”

CADA CASA, UN MUNDO. En los 16 años que Ana y Ben llevan juntos, el tiempo entre Argentina e Inglaterra se divide en casi en la mitad. “La decisión de venirnos tuvo mucho que ver con todo el cambio que implican los hijos”, cuenta Ana. Estando en Londres y sin mucha ayuda ni familia, el volver a trabajar era complicado. “Allá no es tan sencillo conseguir a alguien que te cuide los chicos, y si lo conseguís es probable que tengas que pagarle todo tu sueldo”, explica él. Sin posibilidades de trabajar ni familia cerca, el panorama para Ana se volvió más complicado: “Como yo soy de acá, la posibilidad de que Ben trajera sus equipos y probáramos suerte siempre estaba”. La llegada a Argentina implicó para el director de fotografía una segunda carrera que pudo hacer que hoy tiene en su haber varios proyectos interesantes. La llegada de Lily y la decisión de abrir Rie Potters, un taller y marca de objetos en cerámica, fueron algunas de las satisfacciones que siguieron a la vuelta. “Tampoco es algo que tomemos como definitivo: hoy elegimos estar acá, mañana no sabemos”, asegura Ana. “Cuando te vas y tomás distancia, también volvés a otro lugar. Hoy me cruzo con gente que antes no encontraba, quizás porque uno está encerrado en ese mundo al que pertenece”, reflexiona. Más mundano y personal, el Buenos Aires que Ana encontró a su vuelta tiene algo de su casa: esa construcción en la que sólo sobrevive lo que uno elige.