Con Nombre Propio: Lu Garabello

Con Nombre Propio: Lu Garabello

ARTISTA, ILUSTRADORA Y BAILARINA AFICIONADA, LU GARABELLO ES -POR SOBRE TODAS LAS COSAS- UN ESPÍRITU LIBRE. SIN PREJUICIOS Y CON MUCHO ESTILO, GARABELLO LOGRO ARMAR UNA FAMILIA Y UNA CASA A SU MEDIDA. ACÁ, LA QUINCHA DE LOS OXENFORD.

“A veces me preguntan: ‘¿pero vos sos artista o ilustradora?’ Es una pregunta que no entiendo: ¿si digo ilustradora es menos que si digo artista? ¿no se puede ser las dos cosas a la vez? Me parece que hay algo medio snob en todo eso… Yo no tengo la necesidad de definirme”, dice Lu Garabello. Su reflexión llega al final de las casi dos horas de conversación que repartimos entre la galería y la cocina de su casa en Belgrano; un salpicado de temas que nos llevó de sus años de azafata a su presente en la pintura. Las obras de Lu que cuelgan en las paredes del living son muchas, aunque la más grande –la que está apoyada sobre la chimenea – no es una suya sino de su marido, Gonzalo Oxenford. “Gonzalo tiene una empresa que desarrolla juegos para Iphone, pero su trabajo es solo una parte de su vida. Él es un apasionado en mil aspectos”, explica ella. Igual que Lu, su marido tiene un recorrido laboral de lo más atípico que empezó en la fotografía, siguió en edición de documentales y lo condujo a los start ups en tecnología y composición de música para aplicaciones. El retrato que la dueña de casa eligió ubicar en el punto más estratégico del living data de hace 15 años: el momento en que a seis meses de haberse puesto de novios armaron las valijas para irse un año a Madrid. 

¿Quién habla?”, pregunta una voz infantil cuando tocamos el portero en la calle Miñones. “Ah, ¿y para qué venís?”, es la segunda de las varias preguntas que hace Luisa antes de avisarle a su mamá que estamos afuera. Es octubre pero las chicas están de vacaciones y el clima en lo de Oxenford da más a enero que otra cosa. “Desde que nos mudamos acá cada vez salimos menos, ¡es tremendo! Pueden pasar varios días sin que salga más que para llevar a las chicas al colegio”, cuenta Lu. Ella y Gonzalo trabajan en su casa, algo que ya era así antes de mudarse y tener sus estudios en lo que pudo haber sido el quincho de la casa. “Durante años la oficina de Gonzalo era en el pasillo del departamento, que no era muy grande. Cada vez que él tenía una callyo me encerraba con las chicas en los cuartos tapándoles la boca para que no hicieran ruido”, se ríe. Su despliegue de papeles y acuarelas en el comedor y el piso del living cada vez que decidía trabajar en formato grande tampoco ayudaba: “no era grave, pero ahora estamos felices”. El cambio del departamento a la casa se dio hace un año, después de que Gonzalo descubriera este lugar medio accidentalmente. “Cuando encontró esta casa no estábamos buscando formalmente, pero se le metió en la cabeza que él iba a vivir acá. Lo gracioso es que era algo totalmente imposible, pero en serio”, asegura. Después de meses de entrar a chequear si la casa seguía en venta (como quien sueña), un par de movimientos inesperados cambiaron el panorama. Con las primeras flores de la glicina y soles de primavera, los Oxenford desembarcaban en su nueva casa y barrio.

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Yo toda la vida fui de pintar y dibujar: mi abuelo era ingeniero civil y mamá es arquitecta y para mí ese era el juego más típico”, cuenta Lu. Aunque no es hija única, Luciana le lleva seis años a su hermano que le sigue: “Siempre fui bastante solitaria y tenía mucho mundo interior: me gustaba dibujar y escribir historias”. Hay algo de esa explicación que se filtra en sus cuadros; esas acuarelas que por algún motivo funcionan tanto en el mundo infantil. “Nunca pensé en hacer cosas para chicos, hago lo que me sale naturalmente. Son dibujos que tienen que ver con cosas que imagino y no con algo que tome de la realidad”, reflexiona. Entre tanto artista que pasa la vida sin dar con su público, su recorrido es casi estrepitoso. Luciana estaba segura de que su vocación estaba en lo plástico y estudió escenografía pero la oportunidad de entrar a trabajar de azafata la apartó de su costado creativo durante casi 8 años. Después se dedicó a diseñar zapatos otros cinco hasta que su marca llegó al momento de más éxito comercial. “Empecé a diseñar casi como un juego, era algo que tenía que ver con mi formación en vestuarioEl tema fue que todo se me fue de las manos y un día me encontré con que tenía una empresa. Era algo para lo que no estaba preparada ni sabía hacer”, reflexiona. Estresada y sobrepasada por el rumbo que había tomado el proyecto fue invitada a participar de un taller de cerámica en lo de la artista Luna Paiva. “Era algo que nunca había hecho pero mi hermano y Luna me insistieron y fui. Después de moldear las piezas había que pintarlas y el resultado me hizo acordar de la acuarela. Me acuerdo haberle comentado a Octavio [su hermano, artista también]: lo que más me gustó fue la pintura”, se acuerda.  El encuentro significó el inicio de un camino que en muy poco tiempo la llevó a vender sus primeras obras, ilustrar libros y exponer.

“ Nunca pensé en hacer cosas para chicos, hago lo que me sale naturalmente. Son dibujos que tienen que ver con cosas que imagino y no con algo que tome de la realidad 

No me gusta sonar a ‘yo, yo, yo’ pero hay algo muy fuerte en el modo en que siento los cambios. Es como que lo veo muy claro y no dudo”, asegura. Lo dice en referencia a su carrera pero también a su historia con Gonzalo, con quien lleva 15 años casada. Su historia no está libre de polémica: él era amigo del novio de ella. “En un momento, mi novio se fue a vivir a Barcelona y seguimos una supuesta relación a distancia”, se acuerda. Durante el tiempo que duró esa relación a distancia, Lu salía mucho con Gonzalo y su novia: “Él estudiaba fotografía y a mí me encantaba el cine, entonces pensábamos en armar montajes con música y esas cosas… Era ese tipo de relación, nos divertía generar cosas”. Casi un año más tarde y habiendo cortado, fue él quien planteó las primeras dudas respecto a la amistad. “Me acuerdo de que habíamos ido al cine y yo lo veía rarísimo. En un momento me dice: ‘Lu, me parece que estamos viéndonos mucho. Acá pasa algo’. Yo lo miré tipo ‘¿qué estás diciendo?’. Nunca lo había ni pensado. En un mes estábamos de novios y a los seis nos estábamos yendo a Madrid”, se acuerda. Quince años más tarde, ella ya no es azafata ni él es fotógrafo, pero son más las cosas que no cambiaron que las que sí: “Con Gonzalo tenemos mucho en común: el cine, la música, el baile, esa cosa medio solitaria… Creo que en un punto somos dos personas que hicimos un camino parecido en paralelo y lo que nos juntó fue todo eso que compartíamos”, concluye.

“ Con Gonzalo tenemos mucho en común: el cine, la música, el baile, esa cosa medio solitaria… Creo que en un punto somos dos personas que hicimos un camino parecido medio en paralelo a las que las juntaron justamente esas cosas que compartimos