Con nombre propio: Lupe García

Con nombre propio: Lupe García

CON CASA CAVIA, LUPE GARCÍA SALTÓ DEL MUNDO DEL CINE A LA DIRECCIÓN DE PROYECTOS GASTRONÓMICOS.
CARNE, LA PANADERÍA Y ABIERTO, SON ALGUNOS DE LOS PROYECTOS QUE TIENEN SU SELLO. ACÁ LA CASA DE LA CHICA DETRÁS DE LA CASA.

TEXTO: LUCÍA BENEGAS – FOTOS: MARIA EUGENIA DANERI

Hace tres días que Lupe García llegó de Perú, donde estuvo trabajando en su nuevo proyecto. Antes de eso estuvo en Nápoles, donde fue a hacer el curso de pizzaiolo con un maestro pizzero. “No les puedo explicar lo que fue eso: era la única mujer entre todos hombres. Me terminó llevando con él a su pizzería, a amasar a cuatro manos al lado del horno, ¡tremendo!”, cuenta. Ni chef ni ayudante de cocina, Lupe es cineasta pero tiene toda una trayectoria en el armado de restaurants que incluye a Casa Cavia y Carne, la hamburguesería de Mauro Colagreco; nada que uno pueda ningunear. Lo mismo que hace unos meses la sumergió en la tradición pizzera, fue lo que un par de años atrás la llevó al Mentón en compañía del único chef argentino reconocido con tres estrellas Michelin. “Carne fue uno de los proyectos más lindos que me tocó hacer: la historia de Colagreco es la del héroe que vuelve a su lugar después de triunfar. Después de consagrarse en Europa con uno de los restaurants más famosos del mundo, decide abrir un restaurant de hamburguesas en La Plata”, cuenta. Las recorridas por la huerta con vista al mar y un baúl de auto lleno de pescados vivos son algunos de los recuerdos que le quedan de su visita a Mirazur.

Para el que conoce Casa Cavia o la Panadería de Pablo, el estilo despojado de la casa de nuestra anfitriona es una sorpresa. “Tuve un momento en que me obsesioné con la arquitectura japonesa, esa cosa limpia y minimalista me fascinó”, cuenta. “Ellos no cuelgan un solo cuadro porque consideran que carga el ambiente, y es cierto que en los lugares con menos información es como si uno descansara más”, reflexiona. En su living comedor no hay casi adornos, solo unos cuadros apoyados en la escalera. “Llegué acá recién divorciada, después de unos meses viviendo en el departamento de mi hermano”, cuenta. El departamento es tirando a chico: un living comedor, cocina y baño y un cuarto en suite con terraza. El tamaño ideal para una chica de 32 años que acaba de separarse y desarmar una casa familiar que no llegó a llenar. “Tenía los cuartos para los chicos, ¡todo!”, confiesa riéndose. “Cuando vine a verlo, el departamento estaba bastante feo. Me acuerdo que mamá me preguntó ¿vos estás segura de que querés mudarte acá?”. Queda en el mismo edificio de la que fue su primera casa sola y las primeras oficinas que armó: “Para mi mudarme acá era tierra firme”. Una escalera diseñada por ella y las puertas de madera que remplazaron las clásicas puertas placas de edificio nuevo sin muchas aspiraciones, fueron parte de la remodelación que le hizo antes de entrar.

“ Llegué acá recién divorciada, después de unos meses viviendo en el departamento de mi hermano. Venía de una casa de familia, con los cuartos para los chicos… todo. Volver a este edificio fue pisar tierra firme 

Estuve casada tres años, pero no sé si yo soy para eso… Un día me vi metida en una que dije ‘¿qué estoy haciendo?’ Armé una valija y huí”, resume. Es un placer de entrevistada, una de esas personas verborrágicas y divertidas que no miden demasiado lo que dicen porque prefieren confiar. Es evidente que lo que cuenta entre risas no fue tan fácil como suena, pero desde la tranquilidad de la que hoy es su casa, el relato del matrimonio que duró tres años pasó a ser bastante anecdótico. La charla se interrumpe por el timbre: “Te lo traigo un poco más temprano porque con lo pesado que está va a tener un golpe de calor. El va muy al ras del piso, ¿viste?”, dice una voz masculina mientras Hugo, un jack russel, hace su ingreso. De la separación reciente de él a las posibilidades de una reconciliación, el diálogo entre paseador y dueña de casa desopilante. “¡Es lo más! me hace morir de risa. Siempre tengo unos proveedores buenísimos, es re importante”, dice ella mientras vuelve al comedor, donde dejó su mate preparado. Es un mediodía de jueves y Lupe tiene los labios pintados de colorado, aunque asegura que no tuvo mucho que ver con nuestra visita. “Yo descubrí el maquillaje en la adolescencia y nunca más lo dejé”, cuenta. El pelo morocho decolorado, los rulos naturales y un vestido medio cincuentas completan el look.

“ Estudié cine y me encantó, pero una vez recibida no la vi para nada “

Lupe es la hija mayor de Ana, profesora universitaria y dueña de Editorial Ampersand, y Juan, un empresario con quien además está asociada. “Mi papá y mi mamá son opuestos complementarios: ella siempre fue académica, el es el típico caso del que no servía para estudiar pero es brillante haciendo negocios. Ella no podría hacer nunca un negocio rentable y él no podría terminar de leer un libro entero”, explica. Esa diferencia no evitó que estuvieran juntos desde los 17 años y tuvieran a Lupe y Juan, un galerista que hasta hace poco vivía y trabajaba en Nueva York. “Yo siempre digo que soy una mezcla: a mamá le debo la sensibilidad y la cosa más artística, a papá el costado de negocios”, reflexiona. Aunque hoy se la ve de lo más prolija, no reniega de un pasado rebeldón lleno de salidas con músicos y giras y un futuro laboral incierto. “Lo que a mi me pasó fue que estudié cine y me encantó, pero una vez recibida no la vi para nada”, se acuerda. “El cine no es una industria muy legítima: salvo que te guste la publicidad, para cualquier película o largometraje dependés del financiamento del INCAA, que no siempre es tan claro. Y suponiendo que lo consigas, ¡andá a llenar una sala!” asegura. Peleada con la publicidad, donde trabajó a disgusto un tiempo, y viendo que los trabajos que hacía para MTV eran bastante incobrables, las ganas de irse a vivir sola la empujaron a lo que hoy hace.

 

 

El local de San Telmo de La Panadería de Pablo fue la puerta de entrada a un negocio que ama. “Cuando pienso que estuve por tener hijos y armar una familia tipo me hace gracia porque siento que no era nada para mi. Yo amo la vida que tengo: los viajes, el trabajo… No se si podría dejarlo”, se pregunta. En casi una década Lupe tuvo mucho más éxitos que fracasos. Hace tiempo que está de novia con Pedro Peña, el cocinero y socio de La CarniceríaNiño Gordo y Chori: tres restaurants “mucho más under”, pero llenos de amantes. “A mi él me gustó desde la primera vez que fui a comer a La Carnicería, solo que me costó mucho que me registrara”, se acuerda. Invitado finalmente por ella, desde que accedió a tomar algo post cierre están juntos. “Las parejas entre gastronómicos se dan mucho, creo que por el ritmo y el tipo de trabajo”, nos cuenta. “Es difícil que una persona que trabaja de 9 a 6 se lo banque, este es un trabajo que te tiene que gustar mucho”, reflexiona. Se nota que a ella le gusta.

“ Hubo un momento en que me obsesioné con la arquitectura japonesa: me fascina esa estética minimalista y contemporánea. ¿Vieron que no tengo un solo cuadro colgado en la pared?  Es parte de eso “