Con nombre propio: Mario Maspero

Con nombre propio: Mario Maspero

EMPRESARIO, PILOTO, TECNICO MECANICO Y CONSTRUCTOR, MARIO MASPERO ES ANTE TODO UN AMANTE DEL HACER. MADERA, VIDRIO Y TODAS LAS PLANTAS QUE UNA EX CANCHA DE TENIS PUEDE CONTENER, EN UNA CASA FUERA DE SERIE.

Hace un tiempo, hablando con Irina, nos dijo algo interesante: la vida se alargó tanto, que pedirle a una profesión que nos acompañe cincuenta o sesenta años, es pedir un montón. Sentadas frente a Mario Maspero, es imposible no acordarse de esa charla. Llegamos a él por un DM que mandó en Instagram, donde nos mostraba el estudio que él mismo acababa de construir en el jardín de su casa. Ni arquitecto ni ingeniero, en los primeros minutos de recorrida por su casa, Mario desliza algo de su pasado como fundador y dueño de una marca de ropa que llegó a ser masiva en los años noventa, su paso por una aerolínea como piloto en algún momento y su trabajo actual, como socio de una constructora muy chiquita en la que trabaja con una arquitecta. El recorrido es desconcertante, más estando condensado en una persona de 50 años. “Yo soy una persona del hacer; eso es lo que me ha movido todos estos años. -explica- Así como hay gente que disfruta de leer o contemplar, a mi me gusta hacer cosas”, reflexiona. El estudio en el jardín de su casa, en Ituzaingó, es la última de las manifestaciones de esa necesidad y su gran orgullo. La construcción principal del terreno, un proyecto que encargó al estudio de Alejandro Sticotti, fue el disparador de esta última vocación que ya lleva más de diez años.

Mi viejo era locutor en Radio del Plata, un tipo muy culto y lector, y mi vieja era maestra”, cuenta. Mario nació en Castelar, a unos kilómetros de Ituzaingó, donde estudió en una escuela técnica. “Miren esto: parece un baño de barco”, nos dice mientras abre la puerta curva del toilette del estudio y nos muestra el detalle de las luces e interruptores clásicos de aviación. El espacio es una especie de casa compacta, con su cocina, baño y ducha, hecho en madera y vidrio. “¡Lo usamos para todo! es mi espacio de trabajo y un lugar de reunión para los chicos. Incluso lo alquilaron como locación varias veces”, cuenta. Su historia profesional, arranca muy temprano, con lo que en su relato suena casi a un golpe de suerte. Cuando estaba estudiando ingeniería mecánica necesitaba tener su plata, así que se le ocurrió juntarse con un amigo y hacer unas camperas para vender. “Era un modelo que él se había comprado en Mar del Plata y nos encantaba. Pensamos que no podía ser tan difícil y la cosimos con mi vieja”, se acuerda. Un tallercito prestado en una casa antigua de Castelar y unos cuantos pruebas y errores fueron el laboratorio del que salieron un par de modelos que enseguida se convirtieron en éxito. A sus jóvenes 20 años, Máspero era dueño de One Goodly, una marca con locales en todo el país.

“ Yo soy una persona del hacer; eso es lo que me ha movido todos estos años. Así como hay gente que disfruta de leer o contemplar, a mí me gusta hacer ”

Un cactus de 5 metros sobresale atrás del living, justo a la sombra de la casa. Para cualquiera que entienda algo de jardinería o paisajismo, la decisión de combinarlo con bananeros y orejas de elefante -y el hecho de que todas crezcan tan bien a pesar de sus exigencias climáticas diferentes- es llamativo. “Ese lo compré muy grande, igual que a varios de los árboles que tengo acá. Creo que debo haber gastado lo mismo en plantas que en hacer la casa”, dice riéndose. El éxito de su jardín se explica, en parte, cuando se lo ve pasearse regador en mano. El terreno que eligió para construir es el que alguna vez ocupó la cancha de tenis de un campo que hace años se dividió para dar lugar a un barrio privado. “Esto estaba todo cubierto con polvo de ladrillo y por ahí estaban las gradas”, señala. Igual que su casa o su estudio, el jardín fue hecho por él, sin otro criterio que el de su propio gusto y necesidades. El resultado es un oasis selvático que brota en el medio del clásico barrio, más bien conservador.

De cien personas que vienen acá, creo que menos de diez la elegirían para vivir. En general, la gente busca otra cosa: casas con aberturas de doble vidrio y aluminio, pisos de cerámicos, ambientes separados”, reflexiona. “No es que esta casa sea incómoda, ¡todo lo contrario! Pero a mi nunca me preocupó si los días de julio entraba un poco de frío, porque prefiero mil veces rodearme de madera”, asegura. Las puertas y ventanas no son un detalle: son una de las pocas cosas que se llevó de esa primera casa que encargó a Sticotti pero nunca llegó a vivir. En pleno divorcio y habiendo vendido su empresa, el proyecto y el diseño de el lugar en el que hoy nos recibe fue también el de la vida que quería empezar.

De cien personas que vienen acá, creo que menos de diez la elegirían para vivir. En general, la gente busca otra cosa: casas con aberturas de doble vidrio y aluminio, pisos de cerámicos, ambientes separados 

A mi ex mujer la conocí cuando abrí el  primer showroom de mi marca, que ella vino a comprar. Fue gracioso porque empezamos a hablar y ahí ella me cuenta que ya nos compraba hace tiempo, y yo le pregunto: ‘¿En serio? ¿Qué razón social tenés?’”, se acuerda riéndose. Ese encuentro es un disparador clave para su historia familiar y laboral, que a partir de ahí se unen. La llegada de Jerónimo, Martina y Gregorio, son los hitos más importantes de una sociedad y matrimonio que terminaron casi a la vez. “Estuvimos 12 años juntos y como pasa muchas veces, después de muchos años de lucha externa, empezó el conflicto interno”, reflexiona. “Fueron años de trabajar a la par y tirar para el mismo lado, pero cuando eso se terminó empezamos a tener gustos e intereses muy diferentes… Un poco lo que le pasa a algunas parejas cuando se van los hijos, pero distinto”.

En los últimos años, el cambio en Mario ya era bastante evidente: de ser el emprendedor que hace absolutamente todo, pasó a hacerse a un lado, al punto de entrar a trabajar como piloto en una aerolínea. “Fue un momento en que saldé una cuenta pendiente mía. Desde que iba al colegio técnico, era fanático del aeromodelismo”, cuenta. Su historia como piloto es difícil de ubicar en el tiempo, más considerando que eso fue durante sus años en la industria textil. “Yo tenía mi taller, donde armaba modelos que traía de todos lados. Un día un proveedor que lo había visto, decide hacerme una atención y me regala el curso de aviación, y ahí empecé”, explica.

“ Desde que iba al colegio técnico era fanático del aeromodelismo; tenía mi taller donde armaba los modelos que me traía de todos los viajes. Un día un proveedor que lo había visto, decide hacerme una atención y me regala el curso de aviación, y ahí empecé 

¿Cómo termina Mario, empresario textil, trabajando en Southern Wings? El relato incluye muchas horas de vuelo, la compra de un “avioncito” con el que iba y volvía a la fábrica en Pergamino, y un ofrecimiento de un conocido. Lo cierto es que un tiempo después de empezar, Máspero volaba a Montreal a participar de una capacitación para empezar a trabajar en la aerolínea. “Lo que pasó fue  que mientras yo volaba aviones, mi fábrica cada vez se hacía más chiquita”, confiesa. Ni nostálgico ni arrepentido, su tono es el de quien explica algo que no merece mayor análisis. “La cosa acá ya era diferente y yo no estaba… Así que en un momento me pedí una licencia y volví a cerrar lo que estaba agonizando. Reacomodé y vendimos”, resume. Ahí fue cuando pensó por primera vez en hacer su propia casa, esa en la que no llegaron a vivir. “Aunque esa casa se vendió sin terminar, me había fascinado tanto que le pedí al mismo arquitecto que me hiciera este nuevo proyecto y me ayudara a implantarla pero la construí yo”, cuenta entusiasmado. “Ahí fue que empecé seriamente con esto de la construcción”.

“ Hice una cuenta en la que compartí todo el proceso de construcción del estudio, paso a paso. A mí me gustaría que la gente pueda ver cómo se hizo y hacerlo también 

Yo soy técnico mecánico, después estudié ingeniería mecánica, y no es que me gustara la arquitectura, lo que me gusta es el producto. Me gusta hacer cosas: una casa, un jardín, un avión… cualquier cosa”, asegura. Recorriendo la casa, se puede ver en cada detalle: de las puertas del vestidor, a las lámparas y acolchados de los cuartos de los chicos, la mayoría de las cosas fue hecho por él. “Hay cosas que me encantan y después me las han pedido, lo que pasa es que no siempre son viables desde lo económico”, confiesa. “Hoy me gusta construir porque elijo tener mi tiempo y lo disfruto. Tampoco es que haga muchas casas, porque esto tiene que ver con un estilo de vida que no es para todo el mundo”, asegura. Hace un tiempo se creó una cuenta en Instagram donde compartió el paso a paso de la construcción de ese último espacio que tanto lo enorgullece. “El estudio fue la continuación de algo que me gustaba hacer: tenía la idea de seguir con el mismo movimiento de expresión de la casa y hacerlo con algo que podía necesitar. Hoy es el lugar de laburo, de reunión para los chicos y sus amigos… Es también una casita independiente”, cuenta. “¿Esto lo van a compartir?”, nos interroga “Porque a mí lo que me gustaría es que a la gente pueda ver cómo se hizo y hacerlo también”, fantasea. Dijimos que íbamos a compartirlo, y aquí estamos. Y si a alguien le sale así, tenemos una nueva Quincha asegurada.