Con Nombre Propio: Natalia Sly

Con Nombre Propio: Natalia Sly

NACIDA EN LONDRES Y CRIADA EN MASCHWITZ, NATALIA SLY ES ARGENTINA E INGLESA EN LA MISMA PROPORCIÓN. DE CHELSEA A BUENOS AIRES, PASANDO POR NOTTING HILL, VILLA CRESPO Y NUEVA YORK, SU CASA Y SU CARRERA HACEN HONOR A ESE ESPIRITU TROTAMUNDO. ACA LA HISTORIA Y EL LUGAR DE UNA GALERISTA DE ESTILO PROPIO.

Dos hombres negros de peinados impecables dan la bienvenida a lo de Natalia Sly. Dos torzos sobre un fondo blanco, acrílico sobre madera. “Emma Hair Cut” y “Gentle Hair Cut”. “¿De quién son?”, le preguntamos antes de salir. “Son los carteles que ponen en las peluquerías en África, me los traje de allá” contesta. Tranquilamente podía ser uno de Miguel Mitlag, Déborah Pruden  o Vicente Grondona –alguna de las joyitas que visten las paredes de su casa– sin embargo, ninguna de las opciones hablaría tanto de nuestra elegida como los carteles anónimos. Natalia Sly es la hija de un argentino y una inglesa que se conocieron en Londres en los años ochenta y después de casarse y tener dos hijas decidieron venirse a vivir a Argentina a principios de los noventa. Cálida y simpática, su perfil no encaja con el estereotipo del marchand que se codea con artistas de renombre y coleccionistas de arte. Con Jack, su hijo de seis meses, a upa y Apolo, un king charles marrón y negro, al pie, nos abre la puerta de su departamento en vestido de algodón y pantuflas.

Tengo el recuerdo de mamá corriéndome por el jardín porque no quería ir al colegio. No sabía ni hablar en castellano, era ‘la inglesa que había entrado a primer grado’ 

Hasta los seis años los Sly vivían en Londres, donde Richard, su papá, trabajaba como fotógrafo en publicidad. Un llamado telefónico una mañana de mayo, fue el disparador para la mudanza transatlántica: “Parece que cuando mamá atiende, era la madre de una de mis compañeritas que quería saber que hacíamos en septiembre porque quería festejarle el cumpleaños. A mamá le agarró un ataque de ahogo y le dijo a papá que no podía vivir así. Cargaron todas sus cosas en un container y nos vinimos a vivir a Maschwitz, a la quinta familiar”. De la casa en Chelsea pasaron a la quinta en el medio del campo. “Tengo el recuerdo de mamá corriéndome por el jardín porque no quería ir al colegio. No sabía ni hablar en castellano, era ‘la inglesa que había entrado a primer grado”, se acuerda. Las vacas que entraban al jardín a la noche y la aventura de llegar en el Renault 12 al médico en San Isidro son parte de esa Argentina en la que no existía la Panamericana e ir a Maschwitz era toda una aventura rural.“Mamá siempre dice que vino buscando ‘adventure’ y jamás se arrepintió de esa decisión”, asegura su hija.

De su mamá, Alessandra, tomó mucho de ese estilo inglés que se esconde detrás de la tonada porteña pero enseguida se adivina si uno observa atentamente. A esa raíz inglesa le debe también la capacidad única para combinar lo aparentemente incombinable y el talento en el manejo de los colores. Antes de vivir en este departamento ubicado en la isla, Nat y su marido, Alejandro Shaw, vivían en un loft de un solo ambiente construido en la terraza de un edificio: “una especie de ranchito espectacular”. “Nos mudamos cuando me quedé embarazada por primera vez. De repente sentimos que necesitábamos un poco de estructura: paredes, un cierto orden… El departamento era pura terraza y nos la pasábamos haciendo asados con amigos, una etapa muy linda que ya estábamos para dejar atrás”, reflexiona. Colorido y verde, el departamento que consiguieron en la Isla era el clásico lugar formal con una biblioteca enorme y un escritorio espejado. “No hicimos nada: lo encontramos a muy buen precio, sacamos las moquettes y pintamos”, aclara. Pintaron con verde, con lila y amarillo, y esa elección de paleta es la que hace imposible imaginar a una pareja de octogenarios viviendo en este lugar.

A mi el arte me entra más desde lo visual, siempre es así. Por supuesto que puede pasar que tengan un costado conceptual interesante o que haya una obra conceptual que te toque más, pero –en general- a la hora de elegir para mi casa, el criterio es bastante más simple: tiene que ver con que me guste la obra y me guste convivir con eso”, confiesa. No se trata de una cuestión meramente decorativa: “Lo que me gusta tampoco es ajeno al proceso del artista y su búsqueda: por lo general elijo gente a la que conozco en ese sentido”, explica. A veces esos artistas son gente a la que realmente conoce, como Santiago Quesnel, el autor del paisaje del comedor y padrino de su hijo Jack. La charla nos conduce inevitablemente al mundo del arte, un lugar al que Sly llegó casi accidentalmente por esa alquimia que suele darse entre inquietudes y oportunidades. “El mundo del arte es todo un mundo, ¡y es bravo!”, asegura. Hace ya seis años que Natalia Sly y Larisa Zmud alquilaron juntas el local en Villa Crespo donde todavía funciona SlyZmud, su galería de arte contemporáneo. Tenían 25 años, cierta experiencia en el negocio y muchas ganas de hacer algo juntas en ese terreno. En menos de tres años, la dupla Sly-Zmud lograba la admisión para participar de Art Basel en Miami, una feria a la que solo acceden las galerías más prestigiosas del mundo. “Fue una locura, porque era algo que soñábamos pero aplicamos pensando en que no teníamos nada que perder. Nos aceptaron y de repente estábamos ahí: dos chicas con una galería en Villa Crespo metidas entre las galerías más importantes del mundo”, se acuerda.

“ A mi el arte me entra más desde lo visual, siempre es así. Por supuesto que después puede pasar que tengan un costado conceptual interesante o que haya una obra que te toque más pero en mi casa, el criterio es más simple ”

Sly no se acuerda en que año vino a vivir a Argentina ni cuando fue que decidió volverse un tiempo a Londres para vivir en Notting Hill y trabajar en una empresa de fabricantes de sweaters. Tampoco puede decir bien cuándo fue que se fue a Nueva York por seis meses, ni cuando estuvo otros seis trabajando en la producción de “La Ciudad de tu Destino Final”, la película de James Ivory. La nebulosa es grande: sólo sabemos que hubo un tiempo bastante considerable en el que se dedicó al estilismo y al vestuario en el mundo editorial y en publicidad y que un tiempo después se inscribió en “Historia del Arte”, carrera que abandonó dos años más tarde para irse a estudiar a Central Saint Martins. Suponemos que eso fue en 2008 porque una crisis impidió que la universidad lograra los cupos para dictar el curso, pero gracias a eso Sly consiguió un trabajo en una galería de fotografía, una de sus grandes escuelas. Sólo el año 2011 quedó grabado a fuego: el mismo año en que inauguró SlyZmud es el año en que Nat conoció a Alejandro Shaw, su marido. “Nos conocimos en mayo y a los 9 meses nos casamos. No se por qué porque yo no tenía para nada esa cosa de Susanita, pero lo sentimos así”, reflexiona. “Me acuerdo que en un momento barajamos la opción de casarnos en noviembre: el 11/11/11. Por supuesto que no llegamos pero me copaba la idea”, se ríe. Lo que sonaba a atropello demostró ser un acierto: seis años más tarde, la pareja es toda una familia. “Me quedé embarazada dos veces antes de Jack. La primera fue una sorpresa pero fue lo que nos abrió a la posibilidad”, cuenta. La decisión de mudarse fue parte de ese cambio que hoy la encuentra buscando un nuevo equilibrio entre miles de preguntas.

Art Basel era algo que soñábamos pero aplicamos pensando que no teníamos nada que perder. Nos aceptaron y de repente, estábamos ahí: dos chicas con una galería en Villa Crespo metidas entre las más importantes del mundo ”

La maternidad tiene algo muy fuerte porque en un punto, te obliga a parar y cuestionarte”, dice Sly. Desde que tuvo a su primer hijo el ritmo de sus días es otro y está más marcado por los horarios de él que por otra cosa. “En general, en la vida uno va resolviendo, haciendo y avanzando hacia donde tiene que avanzar. No tenés mucho tiempo para sentarte a pensar o cuestionarte porque estás ocupándote de que las cosas pasen”, reflexiona. “Es muy loco porque de repente te encontrás con que cosas que antes hubieran sido el mayor éxito o la preocupación más grande ya no son tan tremendas. Ese cambio de perspectiva te genera una cierta crisis”, confiesa. La charla se da en la quietud de su rincón favorito de la casa, un espacio con espejos y sillones y cortinas estampadas en la que colgó una hamaca para Jack. “Es raro pero todo esto me hizo volver también sobre nuestra historia: por primera vez entiendo realmente a mamá y su necesidad de escaparle a las rutinas, empezar de cero y buscar la aventura”.

En general, en la vida uno va resolviendo, haciendo y avanzando hacia donde tiene que avanzar. La maternidad tiene algo muy fuerte porque en un punto, te obliga a parar y cuestionarte ”