Con Nombre Propio: Sofi Suaya

Con Nombre Propio: Sofi Suaya

DONDE TODOS VEMOS UN TALLER MECÁNICO, SOFÍA SUAYA VIO UNA CASA. JOYERA, ARTISTA PLÁSTICA Y MADRE DE TRES HIJOS, SU TALENTO ESTÁ EN LA CAPACIDAD DE PERCIBIR LO QUE OTROS NO VEN. ACÁ LA VIDA Y EL ESPACIO DE UNA MUJER ÚNICA EN SU ESTILO.

¿Qué es una fosa mamá?”, pregunta León. “Una fosa es eso que se asoma ahí abajo ¿ves? Es lo que usan los mecánicos para arreglar los autos por abajo”, contesta Sofía Suaya. La pregunta de León -el segundo de sus tres hijos- surgió cuando ella trataba de graficar cómo era el taller mecánico que funcionaba acá hasta que se mudaron ellos. León nació acá mismo, en la casa que supo ser un taller y ahora tiene una fosa cubierta en el living. Hasta esta tarde de otoño nunca se había preguntado por ese hueco cubierto de azulejos que se asoma debajo de una tarima de cemento y hierro. La escultura de madera, la chimenea y las obras y fotos que cuelgan de las paredes contribuyen a desdibujar los rastros que Suaya quiso dejar ahí; sutiles pero presentes. “Hubo que hacer bastante obra antes de mudarnos, nuestra idea era reutilizar los materiales del taller”, cuenta Sofía. Cuando llegó al PH de Florida era una chica de menos de treinta años que estaba en pareja con un músico y actor con quien había tenido a Olivia (11), su hija mayor. El nacimiento de León, la separación, su relación con Alejo -su pareja hace tres años y medio- y la llegada de Ulises, son algunos de los cambios que el lugar acompañó. Elegante, contemporánea, cálida y personal, la casa en la que viven hace 10 años es su fiel reflejo.

Tomá Uki, te lo cambio por este”, le dice Sofía a Ulises y le da una mini peemer en reemplazo de la batidora que manoteó de un mueble en la cocina. “Es increíble: tiene mil juguetes pero lo que más le divierte son los electrodomésticos”, asegura. Sofía está picando una cebolla para un curry de tofu con León, vegetariano desde que nació: “Yo jamás les prohibí que comieran nada, lo que pasa es que su papá es vegano y Alejo y yo somos vegetarianos”. León maneja los cuchillos con una agilidad sorprendente para un chico de 6 años, mientras pica tiene al lado un vaso con agua. “Si tomás mientras cortas no te lloran los ojos. Yo hago un buche porque es lo mismo si no la trago y ya no tengo más sed”, explica. “Todo el mundo me pregunta si no me da miedo que use cuchillos pero yo siempre fui de la teoría de que a los chicos es mejor enseñarles a tratar con lo que puede ser peligroso que prohibirlo: el chico que no usa vasos de vidrio se asusta y los rompe, el que está acostumbrado es cuidadoso”, explica Suaya.

Me costó bastante entender para dónde iba lo mío. Supongo que si hubiera tenido que elegir hoy me hubiera inclinado por diseño industrial 

Aunque tiene cerrada la escalera, la suya no es una casa hecha en función de los chicos ni pretende serlo: en el ambiente integrado del living, comedor y cocina, las esculturas y adornos conviven con los juguetes y colchones de los chicos. Adelante está el cuarto de Oli, un espacio independiente con salida a un patio en el que hasta hace poco funcionaba el taller de joyería de Sofía. “Me mudé al tallercito del fondo para dejarle el cuarto a ella, pero igual está bueno que mi lugar esté aparte”, explica. Hace casi 10 años que Sofía tomó sus primeras clases de joyería con Jimena Ríos, la dueña y curadora de Taller Eloi, el lugar al que sigue yendo a trabajar tres veces por semana. “Está bueno irte porque son horas en las que sabés que vas a trabajar sin que te interrumpan”, explica. A pesar de que tiene muchos años de oficio, su carrera en la joyería contemporánea tuvo un giro en el último tiempo, cuando empezó a desarrollar colecciones para Nous Etudions, Anushka Elliot y AY Not Dead. Sin embargo, su recorrido artístico es bastante más amplio y va de los talleres de literatura, escritura y fotografía, a las instalaciones, esculturas y objetos en resina.

Me costó bastante entender para dónde iba lo mío. Supongo que si hubiera tenido que elegir hoy me hubiera inclinado por diseño industrial”, reflexiona Sofía. Lo dice mientras intenta hacer un racconto de su recorrido profesional. Su formación universitaria se remonta a tres años de Comunicación Social en la Universidad Austral, una carrera que decidió abandonar un año antes de terminar para irse a estudiar fotografía a Barcelona. “Hice fotografía e incluso participé de algunas muestras, pero siempre estaban más inclinadas para el lado de la instalación que para la fotografía en sí”, cuenta. Para cualquiera que esté interiorizado con el mundo de la fotografía de moda, el apellido Suaya suena familiar: su hermano, el Gato, y su tío, Urko, son conocidos por su trabajo. Sin embargo, la casa en la que creció responde más al modelo de la familia tradicional de que lo que uno imaginaría.

“ En general, me rodeaba un entorno en el que no me sentía tan a gusto. Por más de que todos fueran adorables y tuvieran las mejores intenciones había algo mío que no encajaba ahí ”

Educada en un colegio de monjas en Zona Norte, su recuerdo de su infancia y adolescencia no es fácil. “En general, me rodeaba un entorno en el que no me sentía tan a gusto. Por más de que todos fueran adorables y tuvieran las mejores intenciones,”, reflexiona. “Yo no estaba bien y eso era lo que les decían los psicólogos a los que me mandaban mis papás. El tema era que mi angustia no tenía que ver con una rebeldía contra nadie sino con una cuestión más existencial: había algo mío que no encajaba ahí”, explica. No lo dice con tono acusador, sino como algo que le tomó un buen tiempo entender y aprender a manejar.  La decisión de irse a vivir un año afuera tuvo que ver justamente con eso, con su necesidad de encontrarse y sentirse más segura. “Me fui el tiempo que necesité para alejarme de todos los paradigmas que me rodeaban acá. Necesitaba sentir que no estaba mal, ni equivocada, ni loca”, explica. Poco después de cumplir los 23 años y de vuelta en Buenos Aires, llegaron las primeras exposiciones y un trabajo como bibliotecaria que le permitió mudarse con dos amigas. “Trabajaba ahí y en el guardarropas de un boliche. De hecho fue en el guardarropas donde me reencontré con el papá de los chicos, habíamos salido antes de irme de viaje”, se acuerda. De la biblioteca al trabajo de moza y ayudante de cocina en Bio, a esos años les debe mucho de lo que hoy sabe de cocina vegetariana y alimentación saludable.

“ Siempre tuve una cuota de pensamiento mágico: soy muy perceptiva o sensible y me pasan cosas que no pueden ser casualidad ”

Yo siempre tuve una cuota de pensamiento mágico: soy muy perceptiva o sensible y me pasan cosas que no pueden ser casualidad”, asegura Sofía. Lo dice con un poco de humor pero bastante convencida. “Mi historia con Alejo es muy loca: la primera vez que lo vi fue en una muestra. Lo vi de lejos y me quedé mirándolo, hubo algo que me llamó la atención”, cuenta. La muestra fue en mayo, un original que se llevó ese día cuelga en la casa que ahora comparten. Cinco meses más tarde y recién llegada de Miami, Sofía fue a una comida en lo de unos amigos en la que inesperadamente apareció él. “Cuando lo vi entrar enseguida lo reconocí. Casi me muero porque estaba convencida de que era un extranjero”, se acuerda. Esa noche se quedaron hablando hasta que todos se fueron y el siguiente encuentro fue una semana más tarde, en otra muestra de un amigo en común. “Yo sabía que él iba a estar pero Alejo llegó tardísimo: después supe que fue porque tenía pacientes. Me interceptó cuando salía y nos pusimos a hablar, en eso me cuenta que había sacado pasajes para irse a India: un viaje que yo quería hacer hace años. No habíamos salido ni una vez y enseguida me dijo: venite”, cuenta. Aunque sonaba a locura el viaje que empezó como un chiste terminó concretándose: en diciembre e invitada por él, Sofía partió a India y desde entonces siguen juntos.

“Creo que Alejo tiene mucho que ver con el hecho de que hoy pueda hacer lo que hago. El me pone los pies en la tierra”, reflexiona. Ulises -su hijo de un año y nueve meses- fue el empujón que los ayudó a apostar por una familia ensamblada. “Él fue la primera persona que les presenté a los chicos después de haberme separado.  El modo en que lo manejó ayudó muchísimo”, asegura. Psicólogo e investigador de la UBA y de HEDS Studio, pocos candidatos hubieran respondido mejor a la dinámica de la familia de Suaya. Sin atropellos pero sin dudas, la familia encontró un modelo a su medida. “Los troncos de la mesa son lo que quedó de unos álamos que planté acá cuando me mudé”, nos cuenta. “Habíamos calculado mal el lugar y de a poco estaban empezando a romper la casa del vecino. El día que vinieron a sacarlos yo me largué a llorar como una loca”, reconoce. “Me acuerdo de que lo llamé a Alejo desesperada y él me re tranquilizó. Entonces se nos ocurrió que una buena idea era darles un lugar acá. Los lijamos y los pusimos de mesa, ¿quedó lindo no?”.

Creo que Alejo tiene mucho que ver con el hecho de que hoy pueda hacer lo que hago. Él me pone los pies en la tierra ”