11 Sep Con Nombre Propio: Carlos Gronda
EN EL CORAZON DE LA ZONA SUBTROPICAL DE JUJUY SE ENCUENTRA CARAHUNCO, LA FINCA DE 1700 DEL ARQUITECTO CARLOS GRONDA. DIALOGO ENTRE EL PASADO Y EL PRESENTE, SU LUGAR ES UN CANTO A LA IDENTIDAD Y UNA APUESTA AL FUTURO.
TEXTO: LUCÍA BENEGAS – FOTOS: MARIA EUGENIA DANERI
Carlos Gronda tenía 6 años cuando empezó a juntar sus primeras muñecas antiguas. Las había visto en su casa y en lo de sus abuelos y por algún motivo decidió separarlas y ponerlas a salvo en unos cajones de cuero. En ese momento, no existía el depósito de muebles vidriados que conocimos en nuestra primera noche en Carahunco, la finca en las afueras de Jujuy en la que vive. “No sé cómo surgió el tema de las muñecas… me gustaban y un día las empecé a coleccionar. Sí me acuerdo que enseguida se volvió algo serio sobre lo que empecé a investigar y formarme como podía”, cuenta. Primero, fue en la biblioteca popular y después con unos libros que le traían de Buenos Aires. Corrían los años ochenta y Jujuy no era el escenario más sencillo para emprender el oficio de la restauración y colección de muñecas de porcelana. “En estos cuarenta y cinco años he juntado de todo: desde las de porcelana anteriores a 1900 hasta Barbies, pero nunca las vi como algo que me interesara para jugar. Lo que a mí me fascina de las muñecas es la representación de la figura humana que se refleja ahí, algo parecido me pasa con las vírgenes o los santos”, cuenta. Estamos sentados en el comedor diario de su casa, el lugar en el que Gronda creció y donde hace 40 años empezó a juntar los primeros exponentes de una colección que hoy tiene casi cinco mil ejemplares y pronto tendrá su propio museo. Hace un rato recorrimos el taller de restauración que Carlos montó atrás de la casa: un lugar lleno de brazos y cabezas de porcelana, herramientas y figuras. El día que le planteamos la posibilidad de venir a verlo a Jujuy, nos anticipó que lo encontraríamos en medio de un cambio. Arquitecto y socio fundador de Usos -una marca que se hizo famosa por sus diseños locales y contemporáneos-, hace un par de meses decidió que era momento de dejar de lado otros proyectos para enfocarse en el más ambicioso: la conversión de su finca tabacalera en un centro cultural.
A 28 kilómetros de San Salvador de Jujuy por el camino antiguo a las Yungas, se encuentra Carahunco. La parte más antigua de la casa -esa que se construyó en adobe y madera- data de 1780. Antes de que se convirtiera en los cuartos y el living comedor, todo era una capilla en la que se veneraba a San José y a Pedro Ortiz de Zárate, un mártir jujeño. El lugar tuvo varias reformas: la más emblemática fue la que el mismo Carlos encaró cuando tenía 16 años con ayuda de un arquitecto muy joven al que contrató su padre. “A mí me divertía el tema y me puse a la cabeza del proyecto: el estilo monacal de la casa sufrió de mis intervenciones de niño insolente”, cuenta riéndose. “Yo quería darle un aspecto de villa palladiana, esa cosa clásica medio señorial que veía en fotos y me encantaba. Vaya uno a saber por qué mi padre me escuchó (cosa que hoy lamento) pero bueno… ¡Es una parte de mi historia!”, reflexiona. Vista desde el lugar del arquitecto y diseñador que dedicó su carrera a buscar un lenguaje local y contemporáneo, la crítica es razonable. En el patio de atrás, la “sala” conserva el estilo despojado típico de casa criolla norteña pero en el frente, una torre, una galería y la terraza de columnas clásicas le dieron un giro estilístico más europeo. En su excentricismo, el aporte adolescente de Gronda es casi una metáfora de su familia: esa combinación de mujeres criollas y hombres italianos de la que desciende.
“En realidad, yo nunca vivi en una casa nueva: no se como es. Nosotros desde chicos vivimos en una casa de 1700 y cuando ibamos a lo de mis abuelos, ellos tambien vivian en una casa viejisima, llena de leyendas y cuentos”
“En mi familia se ha dado muy claro ese modelo de mujeres fuertes del norte: los hombres eran los más sensibles y refinados mientras que las mujeres eran las de armas tomar. Mis dos abuelos eran italianos (nacido allá uno y acá el otro) y las dos mujeres eran criollazas: de esa mezcla venimos nosotros”, reflexiona. Carahunco fue el regalo que uno de esos abuelos le hizo a su mujer, descendiente de los primeros dueños de la finca. Siguiendo esa línea, su padre decidió anticiparse a cualquier división y comprar la casa en la que ya vivían cuando Carlos tenía veintitrés años. “Esta ha sido una casa que siempre se vivió, por eso cambiaba tanto: había que adaptarla a las necesidades”, cuenta. A pesar de que se conservan muchos muebles y objetos de esa casa del siglo XVIII, el espíritu del lugar es actual y arriesgado. Es el resultado de esa capacidad única de combinar objetos y elementos de diferentes épocas y culturas que tiene nuestro anfitrión. “Para mí esto es el claro ejemplo de ‘en casa de herrero, cuchillo de palo’. Comparado con lo que hacíamos con Arturo es súper clásico”, asegura. “Arturo” es Arturo de Tezanos Pinto, su dupla en la facultad de arquitectura y socio en Usos.
“Mi viejo era un tipo muy sensible: un hombre de campo que soñaba con ser cineasta. Me acuerdo que cuando nosotros éramos adolescentes (y él tendría treinta y pico), nos ponía a actuar con mis amigos en unos rodajes divertidísimos”, cuenta Carlos. De todas esas filmaciones las que más recuerda son unos debates guionados en el living, en los que él y algunos amigos discutían temas de actualidad: “Es gracioso porque muchos de los que participaban, hoy están en la política: ¡todo empezó en Carahunco!”. Cuando repasamos los hechos, su historia podría haberse parecido a la de su padre: a los 18 años Carlos se inscribió en la facultad de ciencias económicas. Estando en tercer año, la muerte inesperada de su padre lo obligó a volver a Jujuy para ayudar a su madre. “En ese momento mi vieja nos dio un mensaje muy claro a mí y a mi hermana: teníamos que salir adelante y hacer nuestra historia”, se acuerda. Un año más tarde, Carlos volvía a armar las valijas para irse a Córdoba a estudiar arquitectura.
“Llegamos acá con la idea de rescatar las técnicas y oficios antiguos cuando todavía no estaban extintos pero ya estaban empezando a diluirse. Intentamos proponer algo bien contemporáneo que partiera de lo propio: algo que fuera actual y hablara de esta época”
“Yo ya tenía esa fascinación por los materiales: el barro, la piedra y las construcciones… ahí fue que pensé en la arquitectura. Fue algo que surgió muy fácil porque siempre había estado en mí”, reflexiona. La facultad fue el punto de partida de una búsqueda que empezó con Arturo en sus proyectos de diseño y los llevo a crear Usos en el año 2001. “Empezamos en 2001 que fue un poco un renacer. Llegamos acá con esta idea de rescatar las técnicas y oficios antiguos cuando todavía no estaban extintos, pero ya estaban empezando a diluirse”, se acuerda. Con el tiento, la madera y los tintes andinos, combinados con materiales como el cromo y mucho diseño contemporáneo, la dupla logró dar forma a una serie de objetos únicos que enseguida tuvo excelente acogida. “Intentamos proponer algo bien contemporáneo que partiera de lo propio: algo que fuera actual y hablara de esta época”, explica Gronda. Volver sobre esa búsqueda nos lleva a hablar de otra que hoy lo mueve: esa que nos anticipó antes de venir y volvió a deslizar mientras mirábamos algunas de las muñecas que tiene guardadas.
“Para mí la vida te prepara para algo y Usos fue esa búsqueda que significó conocernos y entender para donde íbamos”, reflexiona. El camino de Carlos, conduce de vuelta a Carahunco: esa finca tabacalera que hace años sueña distinta. “Yo elegí este lugar hace años y le tengo mucha fe como otra cosa diferente”, anticipa. Basado en su experiencia y las fuentes de trabajo que significó el desarrollo de Usos, Carlos empezó a pensar en una alternativa para el cultivo de tabaco, una actividad económica que genera mucho trabajo pero no del que él quisiera dar. Talleres de oficios, fabricación, workshops y un museo de muñecas son parte de un proyecto ambicioso que ya está en marcha y los atraviesa a él y su hermana, licenciada en letras. “Yo no vengo de una familia conservadora en el sentido más estricto: las mujeres y los hombres de mi familia hemos estado siempre preocupados por mejorar Jujuy. Hay un cierto mandato que todos hemos sentido y tiene que ver con hacer un aporte o poner el granito de arena”, reflexiona.
“Yo tranquilamente podía seguir así pero si sigo ese camino fácil, ¿donde quedan mis sueños y mi idea de la transformación que quiero?”
Estamos saliendo de la finca y nos desviamos para ver algunas de las casas que de a poco empezó a restaurar pensando en recibir estudiantes de afuera. “La realidad es que yo tranquilamente podía seguir así y convertirme en un mega tabacalero. Ahora, si yo sigo ese camino fácil, ¿dónde quedan mis sueños y mi idea de la transformación que quiero?”, se pregunta. “El que reniega de su historia nunca va a poder encontrar su identidad porque pelear contra eso es pelear con cosas que ni siquiera te pertenecen. Lo que sí creo es que por encima de eso está la libertad que cada uno tiene de tomar todo ese bagaje que recibe para decidir qué se queda y que deja”, concluye.