Julio Oropel y

JosE Luis Otinano

 

JULIO Y JOSE SE CONOCIERON HACE 22 AÑOS Y DESDE ENTONCES SON PAREJA Y DUPLA CREATIVA, CADA VEZ QUE LA SITUACION LO AMERITA. EL ULTIMO DE SUS PROYECTOS FUE ESTA CASA, CONSTRUIDA EN LA FRONTERA DE SAN TELMO Y BARRACAS. ENTRE  CONSTRUCCIONES ANTIGUAS Y EDIFICIOS HISTORICOS, LA CASA DEL ARBOL ES UNA BOCANADA DE AIRE NUEVO.
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TEXTO: LUCÍA BENEGAS – FOTOS: EUGENIA DANERI

Sábado 8 de agosto, día 141 de aislamiento preventivo en Buenos Aires. La cita es en Perú y Avenida Caseros, el trayecto de Palermo a San Telmo nunca fue tan rápido como en este veinteavo sábado de cuarentena. Amaneció muy nublado y en la calle casi no se ve gente, encontrar la entrada del PH de Julio Oropel y José Luis Otiñano es más sencillo con las veredas angostas vacías. “Nosotros empezamos antes el encierro, porque volvimos del Amazonas a principios de marzo”, cuenta José. “Cuando nos fuimos no pasaba nada: llegamos y todo había explotado ¡Con tanta mala suerte que la ciudad en la que habíamos estado era el foco de contagios en Brasil! No podíamos salir ni a comprar comida porque apenas pusimos un pie en casa nos cayó una denuncia anónima”, se acuerdan. El episodio con el consorcio no fue en esta casa sino en el departamento en Retiro en el que viven hace años. De ese momento a hoy, Julio se las ingenió para venir un par de veces por semana a regar las plantas y revisar que todo esté bien. Los cinco kilómetros que camina son de lo más pintorescos: de la embajada de Francia al Colón, por la 9 de Julio hasta el obelisco y después Diagonal Norte hasta desembocar en el límite entre San Telmo y Barracas.

Yo quería algo en el Sur, siempre me atrajo más el sur de la ciudad que el norte
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Yo quería algo en el Sur, siempre me atrajo más el sur de la ciudad que el norte”, cuenta Julio. Esta obra, “La casa del árbol” es el segundo proyecto en el que se embarcan en la búsqueda de esas oportunidades únicas que rara vez se encuentran en los barrios tradicionales. “Primero tuvimos un departamento en Congreso. Lo compramos destruido como oportunidad y lo fuimos reciclando, lo teníamos lleno de cosas… como esto”, dice. “Lo usábamos para hacer comidas con amigos, era muy lindo pero en los años que lo tuvimos no nos quedamos a dormir ni una sola vez. Llegó un punto en que mantenerlo y pagar las expensas dejó de tener sentido”, cuenta Julio. Después de largos debates, la decisión fue venderlo y emprender un nuevo proyecto. “Fue complicado porque no nos poníamos de acuerdo, todo lo que yo encontraba, él me lo bochaba”, asegura Julio. José no coincide en el diagnóstico: para él lo que a los ojos de Julio eran oportunidades siempre traían problemas de sucesiones, escrituras y papeles. El punto crítico de la negociación fue cuando Julio señó una casa sin consultar, y cuando llevó José a conocerla su respuesta fue pésima. “¡Armó tal escándalo que dimos de baja! Les pedí disculpas y suspendimos. Pero ahí es que encuentro este terreno: un baldío con un bañito y una cocinita mínima y no mucho más. Habiendo pasado todo eso, yo ya estaba curado de espanto así que decidí seguir solo y avisarle cuando estaba medio concreto”, se acuerda Julio.

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Cuando uno habla de una casa en San Telmo, lo que espera encontrar es una construcción de época, nada parecido a lo que se esconde detrás del pasillo por el que entramos. Toda la casa mira a un jardín tropical con un árbol joven, y al fondo una pared de ladrillos con las ventanas originales tapiadas y pintadas a la cal. La pared del frente hecha en vidrio repartido que mira al jardín deja que el verde se filtre en toda la casa. Lo único que quedaba de la construcción original cuando Julio fue a verla era una especie de taller muy chiquito lleno de bicicletas donde hoy está la cocina. “Tenía unos cerámicos muy buenos que piqué para dejar los ladrillos antiguos al descubierto, se ve que en su momento fue una buena casa. Hubo una intención de mantener la poca estructura original y darle una visibilidad: saqué el revoque y pinté a la cal”, explica. Toda la estructura de la casa, que prácticamente no tiene construcción húmeda, fue hecha con steel frame. “Es una técnica relativamente nueva pero hoy se usa mucho, lo que pasa es que no se ve porque siempre está recubierta. Yo opté por dejarla expuesta”, aclara Julio. Esa elección, la instalación eléctrica al descubierto y la estructura de una segunda planta que se sostiene sobre una malla metálica y a la que solo se accede por una rampa, fueron algunos de los desafíos que el arquitecto tomó en su proyecto. “Yo sabía que quería algo así: una estructura liviana y un único ambiente. Tenía esa idea en mente y lo que hice fue ponerme a investigar, que es lo que a mí me gusta”, cuenta.

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Antes de ser arquitecto y diseñador de objetos e interiores, presidente durante años de la Asociación de Diseñadores de Interiores Argentinos (DARA), Julio se recibió de físico y matemático. Nació en Cruz del Este, “un pueblito muy chiquito al final de las sierras, que antiguamente era zona de olivares”, adonde en algún momento llego su abuela española, que pertenecía a una familia de profesores y estudiosos. Uno sus tíos fundó un colegio en Córdoba, en el que inscribieron a Julio dos años antes de lo que correspondía. “Se ve que era un hincha y para no tenerme encima me mandaron a esa escuela que era de mi tío. Pero como no me costaba seguí con ese grupo y así fue que terminé el colegio a los 16 años ”, explica. “Cuando me recibí de físico y matemático, me dieron ganas de estudiar ingeniería civil. El día que me fui a inscribir, vi  la facultad de arquitectura en frente y dije: voy a estudiar arquitectura”, se acuerda. Y lo que siguió es una carrera atípica, que tuvo sus primeros pasos en Buenos Aires con la decisión de ser docente en la Universidad de Belgrano y terminó llevándolo a ser uno de los grandes referentes del diseño y la arquitectura local. “Yo me reconocía más como alguien estudioso que creativo, nunca me costó el estudio y al día de hoy me encanta. Disfruto mucho investigar”, asegura.

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En general nos entendemos bien, obviamente hay veces en las que uno tiene una visión y el otro tiene otra, y alguno de los dos tiene que ceder
“Creo que los dos confiamos en el criterio del otro: es decir, yo siempre sé que si se hace como digo yo va a quedar bien y si hacemos lo que dice él, también va a quedar bien»
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Uno de los desafíos fue la rampa. Si hacés el cálculo de la pendiente como rampa no verifica, porque no da el largo… pero yo la quería hacer y creo que quedó bien a pesar de que José no le tenía fe”, cuenta Julio riéndose. José Luis nació en La Pampa, en el seno de una familia de abogados y escribanos. Sus recuerdos de la infancia transitan entre Santa Rosa y el campo familiar, en un momento en que las ciudades del interior tenían mucho de pueblo. Antes de ser director de arte y diseñador textil, se graduó de economista e inició una carrera en comercio de granos. “Hasta que un día mi tío, un hermano de mi mamá que tenía mi misma edad, me dijo que se iba a Nueva York a trabajar”, cuenta. Su tío era arquitecto y por un contacto había conseguido que uno de los grandes estudios de diseño le tercerizara la parte de sus mega proyectos que consideraba menos interesante o relevante. José no tenía ningún título para trabajar en interiores ni una visa que le permitiera quedarse, pero se lanzó a la aventura.  “Me acuerdo que cuando llegamos y me presentó, me dijeron: ¿cómo vas a trabajar en esto si no estudiaste nada de diseño ni tenés experiencia? Yo les pedí que me probaran y me pusieran a cargar cosas si querían… si  no servía podían no volver a llamarme”, se acuerda. El desafío funcionó y lo que se había planteado como una experiencia de tres meses se extendió a un año, participando en proyectos como la casa del actor Kevin Bacon en Nueva York, o la del tenista Joe McEnroe. Cuando finalmente decidió volver al país, se encontró con que el cargo que había ocupado seguía esperándolo: “Pretendí hacer como si nada y volver al mismo lugar, pero antes de empezar me di cuenta de que no podía. Dije que no a la oferta y me anoté en diseño textil”.

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En general nos entendemos bien, obviamente hay veces en las que uno tiene una visión y el otro tiene otra, y alguno de los dos tiene que ceder”, cuenta José. “En el caso de esta obra, por ejemplo, yo me di cuenta de que lo tenía que dejar avanzar a Julio porque teníamos dos visiones distintas”, confiesa. Subiendo por la rampa, la imagen es increíble: un sommier apoya contra un respaldo de madera calada en laser que es también la “caja” que esconde el vestidor. Ese respaldo fue parte de uno de sus espacios en FOA, igual que la instalación de aros de colores que cuelga sobre el escritorio del estudio. “Eso fue algo que hizo José para un proyecto hace mucho y lo pusimos acá porque era lindo”, indica Julio. La decisión de hacer dos livings chicos y un comedor grande, la de calefaccionar con una salamandra que funciona con madera reciclada o no colgar nada y ubicar todos sus objetos en vitrinas como si fueran reliquias, son algunos de los puntos en los que sí coincidieron a la hora de armar este proyecto que no pudo ser de nadie más.

“Creo que los dos confiamos en el criterio del otro: es decir, yo siempre sé que si se hace como digo yo va a quedar bien y si hacemos lo que él dice, también va a quedar bien”, resume José. “Él nunca te lo va a admitir, pero después de tantos años  los dos nos nutrimos del otro. Yo sé que hay muchas cosas que aprendí de él, y también reconozco en él cosas mías”, asegura. Julio se ríe. Las diferencias solo se adivinan cuando ellos las cuentan, los puntos en común están a la vista.

Tip de Insider:
Budín  tía Lina
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de Julio y José